Fomentar la empleabilidad, la clave de la reforma del sistema laboral

Carmen Martí, 25/02/11

La globalización y los nuevos contextos sociales y empresariales plantean una nueva realidad también en el mercado laboral. Los nuevos retos de las normas laborales nacionales escapan a las fronteras de los países, y la maximización de los beneficios del trabajo gracias a la externalización de la fuerza del trabajo necesita soluciones globales de más amplias miras. Desde esta perspectiva global, el Seminario ÉTNOR de Ética Económica y Empresarial se planteó en su 6ª sesión analizar qué es necesario reformar en el mercado laboral para dar una respuesta ética y a la altura de los conflictos internacionales e interrelacionados de la actualidad.

“Nuestras señas de identidad pasan por mantener unos estándares laborales y unos sistemas de protección elevados, que deben estar en equilibrio con la externalización del trabajo en mercados donde estos estándares no son respetados”, afirmó el ponente Ignacio García-Perrote, pues “la convivencia pacífica está basada y sustentada en un trato correcto teniendo en cuenta todas estas diferencias. Es el reto extraordinario de la globalización”.

García-Perrote, Catedrático de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social, destacó que “no hay una solución única”, y que la mejor opción ha de venir de varios frentes: político, legal, sindical, y social. Entre las medidas adoptadas recientemente por el gobierno para paliar los efectos del paro en nuestro país García-Perrote destacó por encima de medidas relacionadas con el derecho laboral “el acceso al crédito, la educación, el protagonismo de la formación para el empleo, la movilidad, fomentar el cambio y la adaptación permanente, las tecnologías de la información, la sociedad de derechos y la flexibilidad”.

Según el experto, tenemos que fomentar el paradigma europeo centrado más “en proteger la empleabilidad, y no tanto el puesto de trabajo”, “hacer todo lo posible porque aquellas personas que pierdan su trabajo encuentren otro lo antes posible, y esto es una cuestión que tiene que solucionarse desde la relación entre las administraciones públicas y la empresa privada”.

García-Perrote habló también de la polémica necesidad de abaratar los costes empresariales de la indemnización por despido para en su lugar invertir en formación e itinerarios laborales que faciliten la rápida vuelta al mercado laboral, tal y como contempla el real decreto de ley 3/2011, porque “el trabajo -destacó el ponente- es una de las principales fuentes de inserción social”. “Aquí no sobra nadie para trabajar si existe un buen mercado laboral y un buen estado de derecho, pero formación para el empleo y empleabilidad son esenciales para nuestro futuro y presente” sentenció.

En definitiva, destacó el ponente, “hay muchas reformas posibles que realizar”, y lo más importante es haber recuperado el diálogo social, porque las soluciones tienen que venir de manera compartida entre todos los interlocutores, pero por encima está “la necesidad de mantener las señas de identidad europeas de protección a los trabajadores y extender la aplicación de estos elevados estándares a todos los países en los que se opera”.

Gestionar la RSE en la Red: herramientas de gestión en un nuevo panorama

Dilnéia Couto, 22/02/11
En este post se intenta realizar unos breves apuntes de cómo se podrían utilizar las nuevas herramientas de gestión que nacen con el desarrollo de las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación). Esto desde una perspectiva que adopta la gestión ética como base para el desarrollo de un plan de gestión de RSE sostenible a largo plazo.

Para ello, se identifican tres herramientas clave en este proceso: la página web; los blogs corporativos (internos y externos) y, las redes sociales.

Página web: la página web de una empresa es una herramienta eficiente que puede facilitar un proyecto de comunicación transparente para la organización. En este sentido, puede servir de plataforma de divulgación de la cultura empresarial, de los compromisos que la empresa asume con la sociedad, de las acciones que está realizando para hacer posible la consolidación de dichos compromisos, de medio de contacto entre los agentes internos y externos a la empresa. Para ello, es necesario definir un profesional capacitado para realizar este trabajo y que pueda servir de agente intermediario entre la empresa y sus públicos externos.

El lenguaje de la red es diferenciado y exige dinamismo para atraer la atención de los públicos, por esto una web multimedia podría ser una táctica de comunicación eficaz en la gestión de la RSE. Sin embargo, la forma no puede jamás sustituir el contenido, pues este el que define las bases de una comunicación responsable.

Blogs Corporativos (Internos y Externos): los blogs corporativos además de ser una herramienta con un coste bastante bajo pueden ser la forma más eficaz de facilitar la comunicación entre los grupos de interés de la organización.

Los blogs internos ayudan a difundir y consolidar la cultura interna; facilitan la comunicación entre los directivos y los empleados; proporcionan agilidad en la divulgación de información (eventos, actividades de formación, reuniones, publicaciones variadas que hará la empresa), pues no se debe olvidar que antes de que la información llegue a los públicos externos los públicos internos deben estar bien informados de lo que hace y comunica la empresa. Ej.: Desarrollar una memoria de sostenibilidad de la organización sin que los empleados sean participes y sepan cuando y donde será publicada es más bien negativo que positivo para la empresa.

Los blogs externos, a su vez, sirven como puente de comunicación entre la organización y los públicos externos. En un proyecto de gestión que entiende la RSE como el punto clave de una buena gestión ética de la organización, estos pueden servir para divulgar información acerca de las políticas medio ambientales y sociales, fomentando el feedback, los públicos externos son agentes que si se sienten participes del proyecto empresarial pueden ayudar en el control del bien hacer de dichas políticas empresariales. Fomentar su participación en los blogs corporativos es esencial, pues la comunicación en la red es ‘por definición’ transversal, es decir no basta con que se divulgue información relativa a la empresa sin promover un espacio de participación efectiva.

Redes Sociales: Crear un perfil en una red social y publicitar ‘las maravillas’ que hace la empresa no es el objetivo de un plan de gestión de la RSE que inserta los medios no-convencionales en su plan de medios.

Las redes sociales pueden servir de plataforma de divulgación informativa de la empresa que no es sólo información publicitaria, pero también informaciones relacionadas a cambios internos, problemas detectados y las soluciones que se han dado para su resolución, futuros proyectos que serán aplicados en el plan social y medio ambiental, atendimientos variados a los públicos ‘consumidores’, etc.

Insertar la red en el plan de gestión de la empresa es una tarea que exige entender la comunicación de una forma integral, dinámica y sobretodo ‘transversal’.

Propuestas para cambiar el paisaje [PARTE II]

En la entrada anterior he realizado un análisis crítico de la situación de la RSE después de una década de su surgimiento y desarrollo. Después de vislumbrar este paisaje, que para nada parece alentador ni optimista, propongo algunas salidas al problema apuntado: posibles iniciativas que creo que ayudarían a mejorar la práctica de políticas de RSE serias y capaces de ir más allá del maquillaje.
Iniciativas que apuntan a repensar el terreno del necesario debate de la RSE. No tanto para enredarse en un creciente barroquismo (tan querido de los que buscan medrar al calor de su complejidad), cuanto, simplemente, para regular con mucha mayor firmeza y claridad unos pocos aspectos esenciales: por ejemplo, la forma como se gobiernan, operan e informan las empresas.
Cómo se gobiernan: porque la empresa sólo integrará realmente los intereses de sus grupos de interés en su estrategia (y en eso consiste la RSE) cuando éstos se integren consistentemente en su sistema de gobierno. Sólo la empresa que asuma esta (paulatina) inclusión, dejando de estar imperialmente regida por algunos accionistas y por la máxima dirección, estará en condiciones de poder ser una empresa socialmente responsable. Y no es -como muchos defienden- el objetivo último e idílico al que se aspira en el horizonte -nunca alcanzable- del camino, sino un prerrequisito previo e imprescindible para la responsabilización.
Cómo operan: porque muchas implicaciones sociales no reguladas de la forma en que producen y comercian las empresas no pueden ser dejadas al albur de la voluntariedad empresarial. Muy especialmente, todo lo que se refiere a la generalización absoluta de condiciones laborales dignas y al cumplimiento riguroso de los derechos humanos básicos. Exigencias incondicionales que deben extenderse en las grandes empresas a toda la cadena de valor y a la operativa en países en los que la legislación es insuficiente o, aunque exista, no se cumple. Algo que, como vienen reclamando muchas organizaciones cívicas desde largo tiempo atrás, sólo puede ser corregible con una regulación obligatoria de carácter internacional impulsada por Naciones Unidas y que todos los Estados de origen de las empresas tengan la obligatoriedad de imponer a sus empresas donde quiera que operen.
Cómo informan: porque, por encima de la polémica sobre la posible obligatoriedad de los informes de RSE para determinados tipos de empresas (que, desde luego, defiendo), lo que verdaderamente importa es que las empresas no distorsionen ni oculten información significativa en los documentos que -obligatoria o voluntariamente- generen. Algo que exigiría extender criterios similares a los aplicados a la información financiera a toda la información adicional (y también a la de RSE) que publique institucionalmente la empresa. Es decir: criterios mínimos de información (que necesariamente deben respetarse de forma que la información sea evaluable de forma objetiva), auditoría externa obligada (pero auditoría real, no las amables verificaciones habituales en los informes de RSE) según criterios públicos y penalización legal en caso de descubrirse que la empresa ha manipulado u ocultado información relevante. Sólo así, de paso, podría superarse el estomagante tono publicitario y la muy baja calidad de tantos informes de RSE.
Creo que no somos pocos los que desearíamos que ese imprescindible (e inevitable) debate público sobre la RSE no dejara de lado este tipo de preocupaciones. Pero no deberíamos olvidar que eso es algo que dependerá decisivamente del interés (y de la corresponsabilidad) de la sociedad por tener empresas mejores y más responsables: es decir de la fuerza de los contrapoderes (viejos y nuevos) que, frente al poder empresarial, sepa construir la sociedad. Si la RSE consiste en esencia en la respuesta equilibrada que la empresa ofrece a las demandas de sus diferentes grupos de interés, sus avances dependerán inevitablemente de que esos grupos de interés se doten de la capacidad de presión necesaria para equilibrar la posición con que la empresa negocia con cada uno de ellos. Sólo así, como ha demostrado abrumadoramente la mejor teoría económica, se puede reducir el grado de dominación en el mercado y el nivel de imperfección de la competencia: algo que tiene mucho que ver con la RSE. Por eso, cada día que pasa comparto con más firmeza el convencimiento de que una de las medidas públicas más eficaces para intensificar y extender la RSE es fortalecer el tejido cívico de la sociedad.

Regulación y contrapoderes: nada nuevo, decíamos; una muy vieja canción. Una canción, sin embargo, que no es de otro tiempo: que recuerda el carácter eminente e inevitablemente político y social de la RSE. Es la poco original y un tanto escéptica lección que a algunos nos queda de una década de la que se esperaba mucho, y en la que probablemente no poco se ha avanzado, pero que finaliza dejándonos un embarazoso aroma de melancolía, una inocultable insatisfacción y una lacerante sensación de frustración.

Artículo Originalmente Publicado en Diario Responsable el 3 de febrero de 2011.

RSE: Paisaje después de una década [PARTE I]

Cuando acabamos apenas de sortear el quicio final de un desquiciante 2010, la filosofía de la responsabilidad social empresarial (RSE) cumple casi una década de aplicación sistemática en muchas empresas de nuestro país. Y unos pocos años más en los países más adelantados en este terreno (que son los más desarrollados). Un tiempo que debería ser suficiente para que los resultados, inevitablemente lentos y paulatinos, empezaran a dejarse notar de una manera ya suficientemente perceptible. En todo caso, un tiempo apropiado para hacer balance.
¿Cuál es el saldo de este balance? No es fácil concretarlo. Sin duda, se han producido muchos avances. Avances quizás que muchos no sospecharían diez años antes: estructuras organizativas ya muy consolidadas en muchas empresas, formalización de políticas, códigos de gobierno y de conducta, informes de RSE y procedimientos de verificación, sistemas de diálogo con grupos de interés, desarrollo de políticas más avanzadas de acción social, incluso progresivo (aunque todavía epidérmico) contagio de la RSE en todos los ámbitos de la actividad…
¿Deberíamos entonces los partidarios de la RSE sentirnos satisfechos? ¿Optimistas, al menos, ante las perspectivas de un futuro crecientemente halagüeño para estas ideas? Es posible: yo, ciertamente, no lo rechazo, pero tampoco acabo de estar completamente seguro. Es verdad que hay motivos para pensar que bastante se ha mejorado, pero quizás haya muchos más para pensar lo contrario. En todo caso, creo que no está demás contemplar la década pasada con una -siempre necesaria- perspectiva crítica: una perspectiva que es también autocrítica respecto de lo que muchos hemos venido defendiendo y en lo que hemos venido creyendo, a veces, quizás, demasiado ingenua o complacientemente.
Por una parte, y pese a todas las excepciones que puedan hacerse, la RSE no acaba de superar una limitación decisiva: sigue sin llegar de forma significativa a las pymes, que constituyen la inmensa mayoría del tejido empresarial. La cuestión de la RSE es todavía una cuestión marcadamente minoritaria y acentuadamente focalizada en la gran empresa.
Pero incluso en este ámbito no deja de ser algo todavía periférico: aún en el colectivo mucho más restringido de las grandes empresas aparentemente preocupadas por la RSE, el balance dista de ser nítidamente positivo para quien lo contemple con una sana mirada objetiva. ¿O es que, pensando a calzón quitado, nos sentimos capaces de afirmar sinceramente que, tras una década de esfuerzos, la gran empresa es, de verdad, más responsable?; ¿es que ha cambiado realmente sus criterios y pautas de comportamiento?; ¿es que ha integrado con autenticidad la responsabilidad social en su estrategia, en sus sistemas de gobierno, en sus modelos de negocio, en sus políticas de relaciones laborales, en su transparencia y en su sensibilidad hacia los intereses de todos aquellos a quienes, directa o indirectamente, su actividad afecta?; ¿es que contempla con franqueza la RSE como un ineludible criterio de calidad integral imprescindible para la mejora de la competitividad?
Lo que la realidad nos sigue evidenciando con terca tozudez en no pocos casos es que la RSE sigue siendo para muchas empresas una cuestión, en el fondo, básicamente de imagen y de reputación. Una cuestión a la que, ciertamente, bastantes empresas dedican ya presupuestos y esfuerzos considerables, para la que implementan políticas crecientemente sofisticadas y en la que se comprometen con todo tipo de acuerdos. Pero muy frecuentemente sin sobrepasar la esfera de lo simplemente formal, con una empalagosa instrumentalización y limitando en la práctica la actuación a ámbitos relativamente marginales de la gestión.
Y lo que es peor: políticas y compromisos que, en demasiadas ocasiones (repetimos: no siempre), se establecen y de los que se presume al tiempo que se sigue manteniendo una perspectiva esencialmente cortoplacista, se siguen minusvalorando los problemas que la actividad genera en el entorno, se siguen despreciando (o tratando de trasladar al conjunto del sistema) buena parte de los riesgos potenciales y se sigue supeditando el interés de todo grupo de interés a la persecución del beneficio puro y duro. El año que acaba de finalizar nos deja, en este sentido, jugosos ejemplos: desde los comportamientos de algunas de las entidades financieras más responsables de la crisis hasta el desastre de BP en el Golfo de México.
Sin duda, se pueden (y se deben) hacer muchas excepciones, pero mucho me temo que la oscura realidad apuntada no es una simple distorsión provocada por un pesimismo exagerado. Es el paisaje después de una batalla en el que -como en la desasosegante novela de Juan Goytisolo cuyo título parodia el de este modesto artículo- domina sobre todo una gran contradicción: la RSE parece -tanto en el campo académico como en el empresarial- cada día más claramente vencedora; pero pocas veces como en el final de la década pasada hemos podido ser testigos de mayor irresponsabilidad en la gestión empresarial (incluso entre empresas que hacían pública -y bien publicitada- fe de responsabilidad social).
No es posible, en este sentido, olvidar el trasfondo general del tiempo en que vivimos y la durísima enseñanza de la crisis en la que permanecemos encenagados. Una crisis que marca nuestra experiencia vital y que obliga a repensar radicalmente muchas ideas (y desde luego, en el campo de la RSE). Una crisis generada y extendida en buena medida por grandes empresas (algunas, con elegantes políticas y sistemas de gestión y espléndidas evaluaciones de RSE), agravada por los recursos públicos que ha sido necesario destinar para evitar el hundimiento de esas grandes empresas y agudizada hasta lo impensable por las actuaciones que muchas de esas mismas empresas han venido manteniendo después.
No es posible, así mismo, olvidar que, tal como la crisis ha mostrado (una vez más), muchos de los aspectos valorados para calibrar la responsabilidad social de las empresas no son más que elementos (¿ornamentos?) complementarios de importancia secundaria, que pueden ser perfectamente asumidos en medio de comportamientos de una flagrante irresponsabilidad social.
No es posible, igualmente, olvidar la responsabilidad de las grandes empresas en el modelo socio-económico que, con carácter general, se está arbitrando como presunta solución frente a la crisis: ¿o es que no tienen estas poderosas entidades ninguna influencia en la creciente desigualdad que se está generando en las economías occidentales -y claramente también en la española- y en la distribución de esfuerzos necesarios para costear una crisis provocada por unos (muy pocos), pero pagada (muy duramente) por la inmensa mayoría?
Como tampoco es posible, finalmente, olvidar que -como muchos expertos vienen sosteniendo- la RSE no es independiente de las tendencias generales de la política económica: y que la irrefrenable tendencia a la desregulación (pese a las promesas iniciales tras el desencadenamiento de la crisis) y el consiguiente fomento del cortoplacismo genera barreras y limitaciones poderosas para el progreso de la RSE (cuando no incentivos difícilmente rechazables a la irresponsabilidad).
Es un contexto en el que a algunos se nos hace crecientemente difícil resaltar sin más los indudables avances en la RSE: porque, aún reconociéndolos, la irresponsabilidad dominante pesa cada vez más; y porque sería también irresponsable no recordar permanentemente las penalidades que algunas empresas han provocado a tanta gente inocente.
Un contexto, por eso, en el que no puede extrañar que vuelvan a tomar fuerza las voces que reclaman que el único remedio eficaz frente a ese tipo de comportamientos radica en una agenda pública de impulso de la RSE mucho más activa y compulsiva y en una regulación y una supervisión consiguientemente mucho más estrictas. Una reclamación que, ante la evidencia de los hechos, quien esto escribe no puede dejar de compartir. Y no sólo en cuanto a la conveniencia de iniciativas de fomento público de la RSE, sino también en cuanto a la necesidad inevitable de medidas regulatorias para evitar o penalizar comportamientos empresariales gravemente nocivos para la sociedad. Es decir, para reducir significativamente el margen de libertad de la gran empresa de forma que no pueda seguir imponiendo tan impune e irresponsablemente sus objetivos.
Nada nuevo en el fondo: es la idea que nutrió el movimiento inicial por la RSE. Es también la conclusión a la que, tras no pocos rodeos, está llegando un número creciente de expertos: el convencimiento de que, por encima del eterno debate bizantino sobre la voluntariedad de la RSE, es la regulación el factor que más la impulsa en la práctica.
Artículo Originalmente Publicado en Diario Responsable el 3 de febrero de 2011.

Inicio del III Ciclo de Conferencias

Vivimos, en la actualidad, en un momento de crisis, es decir, de cambios y rápidas transformaciones de las cuales, sin embargo, no somos siempre conscientes del todo. No se trata sólo, de hecho, de una crisis económica, sino también democrática. O mejor dicho, de una crisis del sistema democrático representativo, tal y como ha sido entendido y constituido en el mundo occidental hasta la fecha.
Este momento de crisis, de cambio, podemos apreciarlo en diversos hechos tales como la escasa participación ciudadana en los procesos de elección de sus representantes políticos, en oposición a la creciente actividad social en la vida pública por medio de las nuevas tecnologías de la comunicación. Ello muestra, en parte, el descontento generalizado de los ciudadanos en relación a un sistema político en el que sólo cada cuatro años son consultados y tomados en consideración. Y, a su vez, plantea ciertos problemas de legitimidad de las mismas democracias, al menos en la plasmación de sus principios fundamentales. Se impone, por tanto, la necesidad de reflexionar sobre la democracia misma.
Las democracias dan señales de deterioro, al menos tal y como están constituidas actualmente. Un desgaste, sin embargo, que no ha de suponer el fin de las mismas. Más bien al contrario: más democracia es, precisamente, lo que parece hacer falta. Como se suele decir, aunque el sistema democrático no sea perfecto sí que es, como mínimo, el menos malo de los posibles. Pues la democracia, más allá de un sistema político, es también un conjunto de valores y principios para lo que no sólo hay razones sino también emociones. La democracia tiene un valor en sí misma no sólo por el concepto de justicia que nace de los dictámenes de la razón, sino también por la influencia que para ella –la justicia- tienen las emociones humanas.
Desde esta perspectiva, el III Ciclo de Conferencias: La Democracia Hoy aborda este año el tema Razones y emociones en la vida democrática. En él se pretende abordar, en esta nueva edición, diferentes temáticas que nos ayuden a recuperar y a orientar las razones y emociones de la vida pública democrática como lugar de encuentro y diálogo que nos permita avanzar en la construcción de una democracia en su sentido pleno y profundo.
Para ello, en su tercera edición el Ciclo de Conferencias organizado por el Departamento de Filosofía y Sociología de la Universitat Jaume I cuenta con la participación de destacados investigadores y pensadores que reflexionarán sobre los problemas y desafíos de las democracias actuales. Enrique Bonete (Universidad de Salamanca), Paul Dekker (Universiteit van Tilburg y Social and Cultural Office), Elsa González (Universitat Jaume I), Javier Muguerza (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y Néstor P. Braidot (Universidad de Salamanca) han trabajado en profundidad, tanto desde una perspectiva filosófica y ética como desde el terreno de las neurociencias, sobre las cuestión de los motivos últimos de la importancia de la vida democrática y sus retos actuales.
El ciclo de conferencias con cinco sesiones que se celebrarán los días 14 de febrero, 14 de marzo, 11 de abril, 16 de mayo y 11 junio, a las 19:00 horas en la Llotja del Cànem, Seu de la Ciutat. La entrada es libre.

Artículo publicado en el Periódico Mediterráneo el 06/02/10

La Inversión Socialmente Responsable: luces y sombras

No parece que se pueda dudar ya de la importancia de lo que se ha dado en llamar “inversión ética” o, más generalizadamente, “inversión socialmente responsable” (ISR): la incorporación de criterios éticos en las decisiones de inversión, de forma tal que, aparte de la siempre necesaria rentabilidad, se invierta en aquellas actividades o entidades que resulten coherentes con los principios morales del inversor y que generen una cierta utilidad general para la sociedad (o, al menos, que no provoquen impacto negativo).
Un fenómeno que, con su expansión, ha ido ganando en sutileza, transcendiendo la inicial focalización en “criterios excluyentes” para utilizar crecientemente criterios positivos. En la actualidad, ya no se trata sólo de excluir empresas con malas prácticas, sino de orientar la inversión hacia empresas que, además de ser rentables, evidencien buenas prácticas en términos de responsabilidad social (RSE).
Algo de indudable importancia para la propia RSE: porque las empresas no seleccionadas según estos criterios se quedan fuera del universo inversor de quienes así quieren invertir. Y quienes así quieren hacerlo son cada vez más: tanto particulares como, sobre todo, instituciones de inversión colectiva (fondos de inversión y de pensiones), que mueven ya cifras realmente impresionantes.
Y es una importancia que no ha hecho sino despuntar, porque la ISR puede extenderse incomparablemente más. En la medida en que se observa que la rentabilidad de la ISR no es inferior a la de la inversión convencional y que, en cambio, presenta ventajas diferenciales a medio plazo, se empieza a constatar que se trata de una metodología de análisis de gran utilidad aún para quien no tiene especiales preocupaciones éticas: precisamente porque la buena calificación en RSE puede ser un indicador relevante de una mejor gestión general. Con lo que se podría estar iniciando un proceso por el que la ISR pase de ser un simple estilo de inversión “de nicho” (de inversores concienciados) a convertirse en una metodología extremadamente útil para la inversión convencional. Lo que supondría un crucial salto cualitativo en la importancia de la RSE.
Todo, sin duda, extraordinariamente positivo. Sin embargo, no deja de haber sombras en el proceso. Al margen de muchos otros problemas, querría referirme a algo que afecta a muchos fondos de inversión y de pensiones oficialmente “responsables”: que en no pocos casos tienen una muy insuficiente transparencia y que sus criterios de selección son muy cuestionables, incluyendo frecuentemente empresas con prácticas altamente discutibles.
Por eso empieza a ser urgente la evaluación de los fondos “responsables”: para conocer no sólo su calidad técnica, sino sobre todo la calidad de su responsabilidad social; y para poder diferenciar entre fondos fiables, que orientan la inversión hacia actividades y empresas realmente responsables, y fondos que se limitan (sin conseguir muchas veces) a tratar de evitar en su selección a empresas clamorosamente irresponsables (para que la reputación del fondo no sufra), pero sin selecciones suficientemente rigurosas; e incluso fondos (no pocos) que se mantienen por las entidades financieras como puros elementos de supuesta imagen, sin ninguna voluntad de comercialización.
Sólo así se evitaría que las empresas seleccionadas por muchos fondos “responsables” no parezcan sustancialmente semejantes a las restantes de los mercados bursátiles. Un viaje para el que no hacían falta alforjas tan sofisticadas. Y que pone en cuestión a todo el fenómeno de la ISR.
Es verdad que a quienes eso preocupa son un segmento minoritario en un mercado que está creciendo tan intensamente. Y que es muy importante ese crecimiento y la superación de los mercados de nicho. Pero no debería olvidarse que sin esos nichos, sin inversores concienciados y críticos, la ISR no existiría ni tendría el atractivo moral que está en la base de su crecimiento. Y que si esa tensión se pierde, la ISR se convertirá en una simple metodología para reducir los riesgos de la inversión.
Por cierto: una evaluación como la comentada está siendo realizada por Economistas sin Fronteras para los fondos comercializados en España. A ver qué resulta.
Artículo Originalmente publicado en el Periódico Mediterráneo el 30/01/11