La foto de Irta es la elegida para los relatos del verano, en ella se ve un mar grandioso, el Mediterráneo. Por grande que nos parezca, solo es una pequeña parte de tanta agua que cubre la mayor parte del planeta azul, la Tierra.
Pero, quizá porque es un día en el que te da por pensar (usar las neuronas ya que nos ponemos), pienso en el otro lado del mar que nos conecta. Al Mediterráneo, no lo siento como mío. Por mucho que me encante, es que no soy de patrias, no me siento de ninguna parte más que de otra. De hecho, este mar nos uniría si no hubiera ni patrias ni banderas, ni religión (las creencias, bien, es otra cosa). Los humanos se destrozan a un lado y a otro de este mismo mar, a veces lo usan para escapar y el mar se los queda. Si el mar pensara, puede que dijera, «siempre así, han estado estos seres… desde el principio de su tiempo«. Y es que la mar lo sabe todo.
Si la mar hablara nuestro idioma quizá nos diría que somos una de las especies más raras que ha conocido (y ha conocido muchas). De tener esas emociones humanas estaría sorprendida (o quizá a estas alturas nada le sorprendería). Es posible que pensara, «la especie humana es tan capaz de apreciar la belleza como de destruirla. Qué cosas… existir para ver!»
Pero la mar pasa de todo esto, qué somos. No somos nada para ella. Especie inteligente nos autoproclamamos, Y sin embargo, a un lado y a otro de este mar se cometen actos abominables. Quiero recordar, ya que parecen olvidarse algunas veces:
http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/genocidio-sinjar/)
Mientras, este mar, el mar que nos conecta, contempla impasible nuestro paso por aquí.
Ana