05/12/09, Carmen Martí y Patrici Calvo
Eran más de las 8 de la noche, viernes, tres días de intenso debate, y los ánimos eran los mismos que al inicio. “Los profesionales de la ética somos incombustibles”, afirmaba Adela Cortina, directora del Congreso, que se ha celebrado por primera vez en tierras europeas. Las conclusiones del mismo eran muchas, pero sobre todo Cortina destacó dos: Por una parte, que “es imposible una teoría única del desarrollo. El diálogo y la interdisciplinariedad son fundamentales en éste y en otros asuntos vitales para la humanidad, ya que el trabajo por el desarrollo humano es una actividad social cooperativa”. Y por otra parte, que “es fundamental desentrañar los bienes internos del desarrollo humano que le dan sentido y legitimidad”. En este sentido, Cortina destaco entre ellos -recordando al fallecido Denis Goulet, pionero del desarrollo humano-: “humanizar las acciones de desarrollo, asegurar el sustento, fomentar la estima de los pueblos y la libertad de los mismos pero, sobre todo, respetar las comunidades vivas de cultura”. Además -recordó- “mantener la esperanza es también un asunto importante para seguir adelante, deliberar para tratar de ver qué valores queremos llevar a cabo y desarrollar las virtudes, la excelencia del carácter, que es necesaria para alcanzar las metas del desarrollo”. Finalmente, Cortina destacó que estamos centrados en formar gestores o técnicos del desarrollo, cuando “lo que son necesarios son profesionales del desarrollo, que tengan sentido de justicia, sensibilidad y creatividad, que trabajen por el desarrollo desde la concepción de que todos los seres humanos tienen dignidad y no precio, esta es la clave del desarrollo”.
Asunción St. Claire, española afincada en Noruega y Secretaria de la Asociación IDEA, organizadora del congreso, recordó que la crisis económica, energética y social a la que nos enfrentamos en estos momentos nos ha enseñado, por desgracia, que “los modelos de desarrollo que conocíamos y creíamos adecuados, y que desde el norte hemos impuesto a los demás países, nos han conducido al fracaso”. “Ya no vale la dicotomía países desarrollados-países en vías de desarrollo, y si algo hemos aprendido estos días es que es necesario repensar los principios de la ética del desarrollo”.
Eran más de las 8 de la noche, viernes, tres días de intenso debate, y los ánimos eran los mismos que al inicio. “Los profesionales de la ética somos incombustibles”, afirmaba Adela Cortina, directora del Congreso, que se ha celebrado por primera vez en tierras europeas. Las conclusiones del mismo eran muchas, pero sobre todo Cortina destacó dos: Por una parte, que “es imposible una teoría única del desarrollo. El diálogo y la interdisciplinariedad son fundamentales en éste y en otros asuntos vitales para la humanidad, ya que el trabajo por el desarrollo humano es una actividad social cooperativa”. Y por otra parte, que “es fundamental desentrañar los bienes internos del desarrollo humano que le dan sentido y legitimidad”. En este sentido, Cortina destaco entre ellos -recordando al fallecido Denis Goulet, pionero del desarrollo humano-: “humanizar las acciones de desarrollo, asegurar el sustento, fomentar la estima de los pueblos y la libertad de los mismos pero, sobre todo, respetar las comunidades vivas de cultura”. Además -recordó- “mantener la esperanza es también un asunto importante para seguir adelante, deliberar para tratar de ver qué valores queremos llevar a cabo y desarrollar las virtudes, la excelencia del carácter, que es necesaria para alcanzar las metas del desarrollo”. Finalmente, Cortina destacó que estamos centrados en formar gestores o técnicos del desarrollo, cuando “lo que son necesarios son profesionales del desarrollo, que tengan sentido de justicia, sensibilidad y creatividad, que trabajen por el desarrollo desde la concepción de que todos los seres humanos tienen dignidad y no precio, esta es la clave del desarrollo”.
Asunción St. Claire, española afincada en Noruega y Secretaria de la Asociación IDEA, organizadora del congreso, recordó que la crisis económica, energética y social a la que nos enfrentamos en estos momentos nos ha enseñado, por desgracia, que “los modelos de desarrollo que conocíamos y creíamos adecuados, y que desde el norte hemos impuesto a los demás países, nos han conducido al fracaso”. “Ya no vale la dicotomía países desarrollados-países en vías de desarrollo, y si algo hemos aprendido estos días es que es necesario repensar los principios de la ética del desarrollo”.