«Si Dios diseñó el mundo, los organismos, lo hizo muy mal. La crueldad, el sufrimiento, los parásitos que matan a sus huéspedes son resultado de la evolución de las especies, no del diseño de Dios. Además, no sería razonable desde el punto de vista religioso, si es un Dios benevolente y benefactor». El hispano-americano Francisco José Ayala, de 78 años, reitera con paciencia sus argumentos para explicar que ciencia y religión son compatibles. En su opinión, son dos ventanas diferentes de ver el mundo. La ciencia se ocupa de explicar los procesos naturales por medio de leyes naturales; la religión, del significado de la vida, de las relaciones entre los seres humanos.
Ayala lleva defendiendo esa distinción en el país que lo acogió en 1961, EE UU, y en el que ha desarrollado la mayor parte de su vida y de su brillante carrera científica, tras abandonar su sacerdocio dominico. Allí, esgrime sus tesis científicas frente a los ruidosos creacionistas, que niegan las teorías de Darwin. Su voz es escuchada en la comunidad científica, donde es uno de los más prestigiosos biólogos moleculares del mundo, en la curia católica americana menos radical, y en el ámbito de la filosofía y de la ética. También es una autoridad en viticultura, una afición a la que llegó por casualidad y que, con el tiempo, le reporta importantes beneficios gracias a las variedades de uvas que plantó y que ahora son muy apreciadas y demandas por las bodegas californianas.
A Valencia vino este pasado miércoles a impartir la conferencia Fundamentos biológicos de la ética, en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universitat de València, dentro del Máster y Doctorado Interuniversitarios en Ética y Democracia, dirigido por Adela Cortina y Domingo García-Marzá. En su intervención planteó «esas controversia» entre los biólogos y los filósofos. Los primeros ven «los fundamentos de la ética en la naturaleza, en la capacidad o inclinación que tenemos para dar unas cosas como buenas o como malas», mientras que para los segundos, procede de las normas con que nos dotamos en la sociedad en el sentido moral. Ayala sostiene que se trata de dos planos distintos. Y pone de ejemplo el lenguaje, que es tanto la capacidad (biológica) de hablar como el producto creado por la cultura. Las reglas de la ética pueden cambiar y evolucionar porque las culturas cambian.
Ayala defiende también la investigación de las células embrionarias y rechaza sin ambages la crítica relativa a que se están destruyendo así seres humanos. «120 células no son un ser humano. Y si se manipulan una o dos se recuperan perfectamente. Un embrión tiene la posibilidad de convertirse en humano, que no es lo mismo. Incluso desde un punto de vista religioso, católico, no es lo mismo. Santo Tomás de Aquino decía que mientras no haya forma humana no hay ser humano».