Parece que negocio y salud son dos conceptos difíciles de integrar. En el caso de la industria farmacéutica esta dificultad radica en que no se produce un bien privado, sino un bien público: la salud.
Para complicar aún más la cuestión, la reputación del sector se ve dañada por diversos escándalos que saltan a la esfera pública, como por ejemplo: las enfermedades ad hoc – para las que tenemos el medicamento y nos falta la enfermedad -; la relación entre las patentes y los países en desarrollo, el problema del sida en África, la opacidad de muchas de las investigaciones, etc. Todas estas cuestiones construyen un clima de desconfianza, producen una erosión continuada de la confianza por parte no solo de los consumidores, sino también de las propias administraciones y, sobre todo, de la opinión pública. La industria farmacéutica tiene problemas de credibilidad, su legitimidad siempre está puesta en duda, y por lo tanto necesita emprender un gran esfuerzo para poder hacer frente a este reto que es la perdida continuada de confianza.
Dos razones básicas impulsan la desconfianza por parte de la opinión pública. La primera, es el gran poder que tienen estas compañías. Un poder difícil de concretar y, por tanto, de controlar. No sabernos ni quién, ni dónde, ni el por qué se toman unas decisiones que van a afectar a todos los ciudadanos. La segunda hace referencia directamente a la ética, pues este poder no está, ni muchos menos, a la altura de su responsabilidad. Si la responsabilidad tiene que ser proporcional al poder, es normal que la sociedad civil desconfíe de un sector que no se caracteriza precisamente por la transparencia.
¿Cómo pueden entonces las industrias farmacéuticas recuperar la confianza del público en el sector? Desde la ética empresarial entendemos que existen tres pasos básicos que estas empresas deberían dar en la dirección de un nuevo diseño institucional capaz de gestionar y recuperar la confianza necesaria para que tanto la sociedad como el mercado vuelvan a confiar en su, hoy más que nunca, necesaria contribución.
El primer paso se centra en la gestión ética de esta responsabilidad. Recordemos que la responsabilidad se refiere a la capacidad de respuesta que tiene la empresa frente a los diferentes grupos de interés. En este sentido, una industria es responsable cuando es capaz de responder de aquello que se espera de ella, cuando es capaz de integrar el beneficio económico con el social y el medioambiental, cuando es capaz de atender a todos los intereses en juego. Gestionar esta responsabilidad desde un punto de vista ético, esto es, desde el compromiso de la empresa y no sólo desde su instrumentalización, implica primero que todo definir cuáles son estos compromisos en un código ético que, como documento formal, presente el carácter de la empresa, su apuesta por la responsabilidad en este caso.
En segundo lugar, debe comunicarse el cumplimiento alcanzado de estos compromisos públicos. Nos referimos a los llamados informes de responsabilidad social o informes de sostenibilidad, que siguiendo una metodología específica, informan de todo aquello que la empresa ha aportado a la sociedad. Pero estos informes pueden servir también para ocultar la realidad y, por desgracia, la injusticia.
De ahí que el tercer paso en esta progresiva generación de confianza lo constituyan los Comités de Ética y Responsabilidad Social Corporativa (CERSC). La idea que desarrollamos desde la ética empresarial es que en la elaboración de estos informes de responsabilidad social, se incorpore la participación de los diferentes grupos de interés. De esta forma, los diferentes stakeholders no son simplemente grupos de receptores pasivos de una información elaborada y preparada de antemano, sino que puedan de alguna forma intervenir tanto en la aportación de información, como en la elaboración de la misma, así como en el seguimiento y control de toda esta comunicación.
Por último, siempre debemos recordar que responsabilidad significa siempre co-responsabilidad. Si queremos recuperar la confianza en un sector clave para el desarrollo social debemos implicar también en esta mejora a las administraciones públicas, como primeros clientes, así como a las asociaciones de consumidores, profesionales sanitarios, etc. Es muy difícil que estas empresas puedan generar confianza si no se trabajan estas tres ideas: los códigos, las memorias y los comités de ética.