24/10/2016 Domingo García-Marzá
Que la ética pueda llegar a convertirse en un factor de innovación empresarial, en un activo para la empresa y, en nuestro caso, para los agentes que conforman la actividad turística, cuesta a veces entender. Mucha gente piensa que la ética se dedica solo a decirnos lo que no debemos hacer, lo que está mal. De acuerdo, esa es también su función, pero no la principal. La aportación de la ética se convierte en un aspecto clave de nuestra empresa o actividad, de nuestro quehacer diario, cuando nos percatamos que hacer las cosas bien, actuar de acuerdo a lo que se espera de nosotros como administración, municipio o empresa, es el generador más importante de credibilidad, reputación y confianza. En un mundo global, en un sector tan complejo e importante como el turismo, ignorar esta capacidad, este recurso disponible e inagotable, es, sencillamente, una majadería.
La necesidad de regular la actividad global llevó a la Organización Mundial del Turismo (OMT) en 1999 a presentar su Código Ético Mundial para el Turismo como un marco fundamental de referencia, para un turismo responsable y sostenible. Se trata de diez principios que abarcan los componentes económico, social, cultural y ambiental de los viajes y el turismo y cuya finalidad es definir qué significa “hacer las cosas bien”.
Su reconocimiento dos años después por las Naciones Unidas alentó a la OMT a promover el cumplimiento real de sus disposiciones. Aunque el Código no es jurídicamente vinculante, incorpora un mecanismo de aplicación voluntaria a través de su reconocimiento del papel del Comité Mundial de Ética del Turismo, al que las partes pueden remitir cualquier cuestión relativa a la aplicación e interpretación del documento. Pero lo curioso es que leemos en el documento que va dirigido a gobiernos, empresas, comunidades y turistas por igual, y su objetivo es “ayudar a maximizar los beneficios del sector, minimizando sus consecuencias negativas para el medio ambiente, el patrimonio cultural y las sociedades del mundo”. Hemos empezado hablando de ética y acabamos hablando de maximizar beneficios. ¿Para eso sirve la ética?
La respuesta es afirmativa si entendemos que el beneficio que esperamos lograr, el bien que se espera aporte la actividad turística, es y debe ser compartido. Por supuesto que está la cuenta de resultados, pero en el mismo nivel que el desarrollo económico, social y medioambiental del territorio. Por eso hablamos de un turismo responsable y sostenible. Solo si todos salen beneficiados con la actividad turística: trabajadores, empresarios, municipios, turistas, vecinos, patrimonio natural y cultural, etc. podremos generar credibilidad y confianza.
Conscientes de que no podíamos perder esta oportunidad, la Agencia Valenciana de Turismo se adhirió al CEMT, comprometiéndose a respetar, promover y asumir los valores del Código en sus estrategias, así como a impulsar estos compromisos, esta manera de ser y actuar, en los agentes del sector.
El Secretario Autonómico de Turismo hablaba en ese acto del gran reto y de la responsabilidad que asumían, pero también de la ocasión que teníamos para caracterizar nuestra actividad turística desde el respeto, la inclusión y la hospitalidad. Un reto y una oportunidad que no lograremos si no es a través de la coordinación y colaboración de todos los actores implicados. Responsabilidad es siempre co-responsabilidad.
En este impulso a un turismo ético y responsable colabora la UJI, con el encargo de elaborar una adaptación del CEMT al sector valenciano. Un documento, fruto de la participación de los agentes, y que requerirá su compromiso público para su desarrollo. Comenzaremos este año con la firma pública de las empresas que crean que hacer las cosas bien no es un pasivo, sino la clave para la competitividad y la innovación. Un primer paso, para convertir la Ética y la Responsabilidad Social en un rasgo básico de nuestro turismo capaz de generar confianza y diferenciar nuestra oferta.