Adela Cortina, 20/01/11
En un reciente congreso celebrado en la Universidad de Évora debatían los participantes sobre un asunto crucial para la educación. Dos modelos educativos parecían enfrentarse, el que pretende promover la excelencia, y el que se esfuerza ante todo por no generar excluidos. Parecían en principio dos modelos contrapuestos, sin capacidad de síntesis, esas angustiosas disyuntivas que se convierten en dilemas: o lo uno o lo otro.
Afortunadamente, la vida humana no se teje con dilemas, sino con problemas, con esos asuntos complicados ante los que urge potenciar la capacidad creativa para no llegar nunca a esas «elecciones crueles», que siempre dejan por el camino personas dañadas. Por eso la fórmula en este caso consistiría -creo yo- en intentar una síntesis de los dos lados del problema, en universalizar la excelencia, pero siempre que precisemos qué es eso de la excelencia y por qué merece la pena aspirar a ella tanto en la educación como en la vida corriente. No sea cosa que estemos bregando por alguna lista de indicadores, pergeñada por un conjunto de burócratas, que miden aspectos irrelevantes, aspectos sin relieve para la vida humana, a los que, por si faltara poco, se bautiza con el nombre de «calidad».
En realidad, el término «excelencia», al menos en la cultura occidental, nace en la Grecia de los poemas homéricos. Recurrir a la Ilíada o la Odisea es sumamente aconsejable para descubrir cómo el excelente, el virtuoso, destaca por practicar una habilidad por encima de la media. Aquiles es «el de los pies ligeros», el triunfador en cualquier competición pedestre, Príamo, el príncipe, es excelente en prudencia, Héctor, el comandante del ejército troyano, es excelente en valor, como Andrómaca lo es en amor conyugal y materno, Penélope, en fidelidad, y así los restantes protagonistas de aquellos poemas épicos que fueron el origen de nuestra cultura, al menos en parte, porque la otra parte fue Jerusalén.
Pero el excelente no lo es solo para sí mismo, su virtud es fecunda para la comunidad a la que pertenece, crea en ella vínculos de solidaridad que le permiten sobrevivir frente a las demás ciudades. Por eso despierta la admiración de los que le rodean, por eso se gana a pulso la inmortalidad en la memoria agradecida de los suyos.
Al hilo del tiempo esa tradición de las virtudes se urbaniza, se traslada a comunidades, como la ateniense, que deben organizar su vida política para vivir bien. Para lograrlo es indispensable contar con ciudadanos excelentes, no solo con unos pocos héroes que sobresalen por una buena cualidad, sino con ciudadanos curtidos en virtudes como la justicia, la prudencia, la magnanimidad, la generosidad o el valor cívico. Ante la pregunta «excelencia, ¿para qué?» habría una respuesta clara: para conquistar personalmente una vida feliz, para construir juntos una sociedad justa, necesitada de buenos ciudadanos y de buenos gobernantes.
A fines del siglo pasado surge de nuevo con fuerza la idea de excelencia al menos en tres ámbitos. En el mundo empresarial el libro de Peters y Waterman En busca de la excelencia invita a los directivos a tratar de alcanzarla siguiendo principios con los que otras empresas habían cosechado éxitos. En el mundo de las profesiones se entiende con buen acuerdo que el profesional vocacionado, el que desea ofrecer a la sociedad el bien que su profesión debe darle, aspira a la excelencia sin la que mal podrá lograrlo. Y también en el ámbito educativo florece de nuevo el discurso de la excelencia, al que es preciso dar un contenido muy claro para no confundirla ni con las supuestas medidas de calidad, un tema que queda para otro día porque requiere un tratamiento monográfico, ni con la idea de una competición desenfrenada en la escuela, en la que los fuertes derroten a los débiles. Conviene recordar que en la brega por la vida no sobreviven los más fuertes, sino los que han entendido el mensaje del apoyo mutuo, los que saben cooperar y por eso les importa ser excelentes.
La excelencia, claro está, tiene un significado comparativo, siempre se es excelente en relación con algo. Pero así como en las comunidades homéricas importaba situarse por encima de la media, el secreto del éxito en sociedades democráticas consiste en competir consigo mismo, en no conformarse, en tratar de sacar día a día lo mejor de las propias capacidades, lo cual requiere esfuerzo, que es un componente ineludible de cualquier proyecto vital. Y en hacerlo, no solo en provecho propio, sino también de aquellos con los que se hace la vida, aquellos con los que y de los que se vive. En esto sigue valiendo la lección de Troya.
A fin de cuentas, no se construye una sociedad justa con ciudadanos mediocres, ni es la opción por la mediocridad el mejor consejo que puede darse para llevar adelante una vida digna de ser vivida. Confundir «democracia» con «mediocridad» es el mejor camino para asegurar el rotundo fracaso de cualquier sociedad que se pretenda democrática. Por eso una educación alérgica a la exclusión no debe multiplicar el número de mediocres, sino universalizar la excelencia.
Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y Directora de la Fundación ÉTNOR
Artículo Originalmente Publicado en EL PAÍS el 29/12/10
Creo que el articulo podemos resumirlo en que todos deberíamos tratar de ser excelentes, de mejorar como individuos y competir con nosotros mismos para poder ayudarnos tanto a nosotros como a los demás, la base de una sociedad excelente está en las personas excelentes, una por una. Para ello en el artículo discute el significado de excelencia yo solo creo que hay varias cosas claras que es evidente que si que tiene significado comparativo, que requiere esfuerzo y que la verdadera excelencia se consigue por y para los demás y por ello son especialmente importantes las virtudes mencionadas en el texto como son: justicia, la prudencia, la magnanimidad, la generosidad o el valor cívico.
El texto nos da una idea muy clara de lo que es la excelencia: aquella cualidad que solo se alcanza cuando la propia persona se esfuerza por sacar cada día lo mejor de sus cualidades; siempre para el provecho propio, y para el prójimo que hace vida con él. Se trata de ir compitiendo cada día con uno mismo,no con los demás, pues no se trata de una lucha a derrotar o vencer al más débil.Hay una frase que cita la autora del artículo que me ha gustado mucho; cito textualmente: "en una educación alérgica a la exclusión no debe multiplicar el número de mediocres, sino universalizar la excelencia".Y es que la gente no se esfuerza en mejorar, se mete en una dinámica de comodidad y pasotismo; si así están bien, ¿para qué esforzarse? Como consecuencia se consigue gente con menos cualidades, o mejor dicho, con cualidades menos aprovechadas, se convierten en gente mediocre. Opino que cada persona debe intentar ser lo mejor que pueda en todos los aspectos, ésto le ayudará tanto a él como a las personas de su al rededor, y con ello alcanzaran la nombrada excelencia.
Inventarse el caminoA lo largo de la lectura he estado esperando que apareciera una mención a la mediocridad y la educación como factores de gran influencia en la "excelencia", en los términos que se describen en el texto. Desde mi punto de vista es totalmente cierto lo que aquí se afirma sin embargo me gustaría ir un poco mas allá. Partiendo de la frase: Por eso una educación alérgica a la exclusión no debe multiplicar el número de mediocres, sino universalizar la excelencia.En primer lugar quiero señalar que no defiendo que la exclusión en la educación sea una forma de estimular la excelencia. Sencillamente porque transmite una serie de valores totalmente negativos. El primero de todos es el miedo (a la exclusión) y es evidente que ningún individuo ni sociedad puede formarse o desarrollarse bajo este yugo. Como ejemplo (extremo) de sociedad cohibida y disfuncional por culpa del miedo tenemos cualquiera que viva bajo una dictadura. Otro valor que transmite esta practica es el desprecio por el débil. Este, además de nocivo, es hipócrita ya que todos, antes o después, en una situación u otra, somos el "rival mas débil".Sin embargo dudo mucho que la educación, al menos tal y como se practica y esta concebida en nuestro país, permita de algún modo estimular la creatividad o una ambición sana o cualquier tipo de valor social/humano. Hoy en día es mas que evidente este problema visto el fenómeno de la generación NINI. Otras generaciones en este país han aprendido los valores del esfuerzo y la superación porque han tenido que enfrentarse a realidades muchos mas duras. Pero, superadas la guerra, el hambre y la dictadura , y con las comodidades de vivir en una potencia mundial y con las libertades de vivir en una democracia, no hay forma de aprender estos valores. Y como resultado, la sobre-protegida juventud acaba el instituto (en el mejor de los casos) y se encuentran con que la vida no es ni de lejos como se lo habían enseñado en el colegio.Desde mi punto de vista esto se debe a la rigidez y a la burocratización de la enseñanza. Al margen de los conocimientos brindados, en cuanto a la metodología se fijan una serie de pasos y objetivos a cumplir para obtener el éxito académico. Un 10. Es decir, se establece un camino bien definido, bien delimitado y bien marcado. Pero el problema no es que exista ese camino marcado, si bien es una gran herramienta como guía. El problema es que no solo no se estimula a que uno salga del camino, si no que se castiga al que lo hace. Como si sobresalir al margen de lo establecido fuera pretencioso y osado, o lo que es peor, inútil. Esto estimula la mediocridad individualmente para quien es capaz de ser excelente y socialmente porque no hay quien dé ejemplo, ni quien abra un nuevo camino.Y es que la vida no funciona así GRACIAS AL CIELO! No existe una formula, ni una lista de pasos a seguir para obtener el éxito como individuo. Hay que inventarse el camino.
Me alegra encontrar un post que aluda a la educación porque es algo sobre lo que, creo, puedo aportar algo.Tenemos un sistema educativo cuya premisa es la de no dejar a nadie atrás. Esto no es malo de por sí, el problema es cómo se ejecuta esa premisa. En los últimos años lo que se ha hecho es bajar el nivel de las exigencias hasta que todos fueran capaces de superarlos. Prueba de ello es la prueba de selectividad, superada por el 97% de los alumnos que se presentan. No se que clase de selección es esa que superan casi la totalidad de los alumnos. A mi juicio es un error gravísimo hacer eso. El nivel de las exigencias debe ser siempre el mismo, si la gente no los supera que se le ayude de multitud de formas distintas, pero nunca poniéndole las cosas más fáciles, porque entonces nos encontramos con universitarios con errores ortográficos gravísimos, con profesores a los que se les llama la atención si suspenden a mucha gente, con personas a las que se les coloca la etiqueta de inteligente solo porque realizan la "proeza" de leer un libro al año.Y claro, la universidad ante esto coge y se inventa los créditos de libre elección para que cursemos asignaturas de otras titulaciones que poco o nada tienen que ver con nuestra carrera, no vaya a ser que salgamos especializados en algo ¿No estaba para eso la universidad? Se supone que la cultura general ya la tienes que haber adquirido en el instituto.Se necesita un cambio en la estructura educacional muy drástico, porque ya ni siquiera llegamos a la mediocridad.
No creo que el problema resida en cúal de los dos modelos educativos imponemos, si el de sólo los mejores o el de todos con el aprobado justo.El problema real reside en cómo se pueden integrar esos dos sistemas, o mejor aún, crear uno nuevo.No se puede desaprovechar al excelente, pero tampoco se puede dejar caer al mediocre. Para ello deberíamos empezar por convencernos de que no existen mediocres, lo que existe son personas que necesitan un esfuerzo mayor por parte de sí mismos y de todos a su alrededor para descubrir en qué es excelente esa persona.
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El texto nos está definiendo claramente lo que una sociedad necesita para seguir adelante y hacerlo con éxito. Una sociedad necesita individuos excelentes, pero no creo que con excelentes Adela Cortina se refiera a que todos tengamos que ser eruditos en una u otra materia, sino excelentes, como dicen algunos compañeros, en el sentido de sentirnos cada uno de nosotros como seres con una inquietud por mejorar, por superarnos. Muchas veces este ansia de superación, sea en el aspecto que sea, es el motor de nuestras vidas, y además lo que ayuda a "caminar", a avanzar a la sociedad. Lamentablemente hoy por hoy, parece que la sociedad nos da tantas facilidades que la mayoría de jóvenes tienden a conformarse con la mediocridad. En todos los aspectos lo tenemos todo hecho: leemos los libros que son Best seller, vemos el cine que llega a la cartelera, la música de los 40 principales… y así en todos los aspectos nos dejamos arrastrar y se va apagando ese interés por ver que hay más allá de lo que nos ponen en la cara. Creo que la solución está, como dice la autora del artículo, en universalizar la excelencia, o como yo lo comprendo, en poder transmitir a todo el mundo un interés, que cada cual despierte unas inquietudes con las que convertirse en un individuo excelente y no en mediocre. Porque, sin duda, es tratando de mejorar en la excelencia como vamos a sentirnos más vivos y menos automatizados.
Hola, soy Soumaia Nejjar, alumna de 3º de Comunicación Audiovisual. Me parece un asunto muy interesante el debate que se plantea en el Congreso. Además es algo que como estudiantes siempre hemos presenciado. Es decir, siempre hemos visto como se premiaba y se felicitaba constantemente a los alumnos más brillantes, en cambio a los que no lo eran tanto se les excluía, pensando que esto era lo mejor para ellos. Esto me recuerda a una situación que se daba en mi colegio.En mi clase había un grupo de alumnos, que tenían “dificultades” con determinadas asignaturas, entonces cuando tocaban estas asignaturas se les sacaba fuera de clase y se les impartía esa misma asignatura, pero a otro ritmo. A esto se le conocía como “Refuerzo”. No dudo que los profesores hacían esto con la mejor de sus intenciones pero no era la manera más adecuada de ayudar a estos alumnos. Esto les hacía sentirse excluidos del resto de la clase. Hay una afirmación que aparece en el artículo con la que no estoy del todo de acuerdo. “El secreto del éxito en sociedades democráticas consiste en competir consigo mismo, en no conformarse, en tratar de sacar día a día lo mejor de las propias capacidades, lo cual requiere esfuerzo, que es un componente ineludible de cualquier proyecto vital”. Sinceramente creo que al igual que en las comunidades homéricas, actualmente en nuestra sociedad para conseguir la excelencia también hay que competir con los demás. Esto se da tanto en el ámbito empresarial como en el ámbito personal. Aunque también consiste en competir con nosotros mismos. Creo, en definitiva, que en nuestra sociedad se dan las dos formas de competencia. En un primer momento surge, la competencia con uno mismo, y después, la competencia con el resto de personas.
Sinceramente, me ha gustado mucho este post y lo veo muy adecuado para los tiempos que corren, donde mucha gente hace las cosas por hacerlas, y prefieren hacerlas rápido y bien que de forma excelente. Y eso no es bueno ni para la persona que lo hace ni para los que están a su alrededor.Este tema afecta sobretodo al tema estudiantil, donde no se busca la excelencia, se busca que todos aprueben y que los padres estén contentos, pero no hay una gran exigencia, y la educación es fundamental. Además este tema no es solo apropiado en la escuela, si no en las propias casas, donde en ocasiones, se “pasa” de la educación de los hijos, que se supone que eso lo tienen aprender en el colegio y no en casa. Por otra parte, me ha llamado la atención la pregunta que se auto-responde la autora del post “ Ante la pregunta "excelencia, ¿para qué?" habría una respuesta clara: para conquistar personalmente una vida feliz, para construir juntos una sociedad justa, necesitada de buenos ciudadanos y de buenos gobernantes”. ¿Cómo se consigue este? ¿Qué valores se nos tienen que inculcar para pensar así? ¿Cómo cambiamos esta manera de mirar la sociedad? Hay para mi en el mundo una sociedad que casi alcanza la excelencia y que además es admirable en la mayoría de sus aspectos y lo han demostrado últimamente en su forma de comportarse con las catástrofes que han sufrido: la cultura japonesa.