José Ángel Moreno Izquierdo, 04/02/11
No parece que se pueda dudar ya de la importancia de lo que se ha dado en llamar “inversión ética” o, más generalizadamente, “inversión socialmente responsable” (ISR): la incorporación de criterios éticos en las decisiones de inversión, de forma tal que, aparte de la siempre necesaria rentabilidad, se invierta en aquellas actividades o entidades que resulten coherentes con los principios morales del inversor y que generen una cierta utilidad general para la sociedad (o, al menos, que no provoquen impacto negativo).
Un fenómeno que, con su expansión, ha ido ganando en sutileza, transcendiendo la inicial focalización en “criterios excluyentes” para utilizar crecientemente criterios positivos. En la actualidad, ya no se trata sólo de excluir empresas con malas prácticas, sino de orientar la inversión hacia empresas que, además de ser rentables, evidencien buenas prácticas en términos de responsabilidad social (RSE).
Algo de indudable importancia para la propia RSE: porque las empresas no seleccionadas según estos criterios se quedan fuera del universo inversor de quienes así quieren invertir. Y quienes así quieren hacerlo son cada vez más: tanto particulares como, sobre todo, instituciones de inversión colectiva (fondos de inversión y de pensiones), que mueven ya cifras realmente impresionantes.
Y es una importancia que no ha hecho sino despuntar, porque la ISR puede extenderse incomparablemente más. En la medida en que se observa que la rentabilidad de la ISR no es inferior a la de la inversión convencional y que, en cambio, presenta ventajas diferenciales a medio plazo, se empieza a constatar que se trata de una metodología de análisis de gran utilidad aún para quien no tiene especiales preocupaciones éticas: precisamente porque la buena calificación en RSE puede ser un indicador relevante de una mejor gestión general. Con lo que se podría estar iniciando un proceso por el que la ISR pase de ser un simple estilo de inversión “de nicho” (de inversores concienciados) a convertirse en una metodología extremadamente útil para la inversión convencional. Lo que supondría un crucial salto cualitativo en la importancia de la RSE.
Todo, sin duda, extraordinariamente positivo. Sin embargo, no deja de haber sombras en el proceso. Al margen de muchos otros problemas, querría referirme a algo que afecta a muchos fondos de inversión y de pensiones oficialmente “responsables”: que en no pocos casos tienen una muy insuficiente transparencia y que sus criterios de selección son muy cuestionables, incluyendo frecuentemente empresas con prácticas altamente discutibles.
Por eso empieza a ser urgente la evaluación de los fondos “responsables”: para conocer no sólo su calidad técnica, sino sobre todo la calidad de su responsabilidad social; y para poder diferenciar entre fondos fiables, que orientan la inversión hacia actividades y empresas realmente responsables, y fondos que se limitan (sin conseguir muchas veces) a tratar de evitar en su selección a empresas clamorosamente irresponsables (para que la reputación del fondo no sufra), pero sin selecciones suficientemente rigurosas; e incluso fondos (no pocos) que se mantienen por las entidades financieras como puros elementos de supuesta imagen, sin ninguna voluntad de comercialización.
Sólo así se evitaría que las empresas seleccionadas por muchos fondos “responsables” no parezcan sustancialmente semejantes a las restantes de los mercados bursátiles. Un viaje para el que no hacían falta alforjas tan sofisticadas. Y que pone en cuestión a todo el fenómeno de la ISR.
Es verdad que a quienes eso preocupa son un segmento minoritario en un mercado que está creciendo tan intensamente. Y que es muy importante ese crecimiento y la superación de los mercados de nicho. Pero no debería olvidarse que sin esos nichos, sin inversores concienciados y críticos, la ISR no existiría ni tendría el atractivo moral que está en la base de su crecimiento. Y que si esa tensión se pierde, la ISR se convertirá en una simple metodología para reducir los riesgos de la inversión.
Por cierto: una evaluación como la comentada está siendo realizada por Economistas sin Fronteras para los fondos comercializados en España. A ver qué resulta.
La ISR llevada a cabo por particulares también sería objeto de "luces y sombras", como indica el título del post. En el vídeo "Dinero y conciencia" (ver en Comunidad Etnor), una conferencia impartida por Joan Melé, subdirector de Triodos Bank, destaca este aspecto, y enfatiza en la responsabilidad del ciudadano a la hora de escoger un banco. ¿Qué prioriza el cliente? Obviamente el rendimiento que ese banco le proporcione por sus ingresos, junto con unas reducidas (o nulas) comisiones en su cuenta. Sin embargo pensemos que por el simple acto de abrir una cuenta corriente, del importe que sea, ya nos estamos convirtiendo en inversores, porque el banco comienza a hacer negocio con ese dinero ajeno. En función de dónde invierta,la entidad obtiene una mayor o menor rentabilidad y nos pagará un tipo de interés más o menos alto. Uno de los negocios más lucrativos a nivel mundial es el del armamento, si no el más, y son los bancos quienes les financian (Ejemplo: http://www.bbvasensearmes.org/index.php?lang=es). La mayoría de bancos participan indirectamente financiando empresas relacionadas con la industria militar y el comercio de armas: BBVA, Santander, Ing Direct, Caja Madrid, etc. (pueden verse más detalles en la web citada). Por ello, como afirma Melé, como ciudadanos responsables tal vez deberíamos ir más allá de que la entidad nos regale unas sartenes o un viaje si abrimos una cuenta, o de pedirle un 4% por nuestro dinero. ¿Alguna vez les hemos preguntado qué hacen con nuestro dinero?, ¿en qué lo invierten exactamente?. Ellos nunca pierden: si nos dan un 4% es porque sus negocios les han proporcionado bastante más. El vídeo de Melé presenta un interesante análisis con todo esto, además de explicar cómo funcionan y en qué invierte Tríodos Bank, que une conceptos aparentemente contradictorios (banca-ética).