Adela Cortina, “El 15-M muestra que la gente no ha dejado de creer en la política sino en los políticos”

“Alguien ha dicho que la socialdemocracia ha muerto. Eso no es así, y además es que no se puede morir”. Así de contundente se mostraba ayer Adela Cortina, directora de la Fundación ÉTNOR, en el acalorado debate sobre “crisis, socialdemocracia y Estado de Bienestar” que compartió con los ex – ministros Jordi Sevilla y Juan Fernando López de Aguilar en la UIMP.

Para Cortina, la socialdemocracia no está en peligro por la actual crisis económica, sino que la crisis del estado del Bienestar se remonta a los años 70 del S. XX, “la crisis económica que estamos viviendo no ha hecho más que agravarla”. Según la Catedrática de Ética, la socialdemocracia es el reflejo de los derechos básicos sociales, culturales y económicos de los ciudadanos, y “eso no se puede olvidar”. “En cuestión de derechos no podemos volver atrás, y el partido que quiera ganar las elecciones tendrá que tener esto en cuenta”. “A ningún partido le conviene retroceder en estos derechos por cuestiones de prudencia. Pero es que además es una cuestión de justicia con los ciudadanos”, sentenció.

En cuanto a cómo salir de la crisis Cortina fue esclarecedora; “más democracia, ciudadanía y estado de justicia”. Pero una democracia “real”, una democracia representativa pero a su vez deliberativa y participativa. Cortina se refirió expresamente al movimiento del 15-M: “que las personas hayan salido a la calle quiere decir que tienen ganas de expresarse en público, de que se les tenga en cuenta, pero no encuentran los cauces y los mecanismo para la deliberación pública en el actual sistema”. “La cuestión no es, como se ha dicho, que la gente esté decepcionada con la política, la gente está decepcionada con los partidos políticos”. “Los partidos políticos tiene que reformarse si queremos que la gente siga creyendo en la democracia”.

Cortina también se refirió a la economía, una economía que necesariamente tiene que ser ética. “El hecho de que una gran parte de la humanidad se muera de hambre es un fracaso rotundo de la economía como ciencia” concluyó. En definitiva, “es necesaria la cohesión social entre política, economía y ciudadanía, partiendo de la base, como afirmara el filósofo Kant, de que los seres humanos son fines en sí mismos y no pueden ser instrumentalizados”.

A esta cohesión social, o mejor, a la falta de ella, se refirió en su intervención el ex – ministro de Administraciones Públicas Jordi Sevilla. Para Sevilla “este es precisamente el gran reto y la gran aspiración por la que hay que seguir luchando”.

Sevilla reconoció contundentemente que se han cometido errores graves en el pasado que han desembocado en esta crisis, errores que tienen que ver con el modelo de consumo y el modelo económico defendido durante años. “La crisis no es un cisne negro, algo casi esotérico. La crisis la hemos provocado con nuestro comportamiento y se requiere una visión de reforma del capitalismo para salir de ella”. “Se ha primado el dinero por encima de todo, el endeudamiento fuera de lo razonable cuando no había dinero para consumir sin medida, y ahora lo estamos pagando”.

Para Sevilla, no han cambiado las reglas del juego, sino el juego en sí mismo, lo que Solana ha llamado “la des-occidentalización del mundo”. “Mientras nosotros seguimos discutiendo sobre el euro, el resto del mundo avanza. Más allá de los países periféricos de Europa ya no se habla de crisis, y por supuesto no se habla de Europa”.

Sevilla se mostró de acuerdo con Cortina al afirmar que es necesario un cambio en la política importante. “La actividad política se está convirtiendo en un fin en sí mismo. Ya no es algo para hacer, sino algo para ser. Y el que está para hacer, se puede equivocar, pero el que está para ser, no tiene porqué hacer nada”. La consecuencia de esto es que los ciudadanos tienen la sensación de que la política no responde a los problemas importantes de las personas, y eso, sentenció Sevilla, “sí que tiene difícil arreglo”.

Universalizar la excelencia

Adela Cortina, 20/01/11
En un reciente congreso celebrado en la Universidad de Évora debatían los participantes sobre un asunto crucial para la educación. Dos modelos educativos parecían enfrentarse, el que pretende promover la excelencia, y el que se esfuerza ante todo por no generar excluidos. Parecían en principio dos modelos contrapuestos, sin capacidad de síntesis, esas angustiosas disyuntivas que se convierten en dilemas: o lo uno o lo otro.
Afortunadamente, la vida humana no se teje con dilemas, sino con problemas, con esos asuntos complicados ante los que urge potenciar la capacidad creativa para no llegar nunca a esas «elecciones crueles», que siempre dejan por el camino personas dañadas. Por eso la fórmula en este caso consistiría -creo yo- en intentar una síntesis de los dos lados del problema, en universalizar la excelencia, pero siempre que precisemos qué es eso de la excelencia y por qué merece la pena aspirar a ella tanto en la educación como en la vida corriente. No sea cosa que estemos bregando por alguna lista de indicadores, pergeñada por un conjunto de burócratas, que miden aspectos irrelevantes, aspectos sin relieve para la vida humana, a los que, por si faltara poco, se bautiza con el nombre de «calidad».

En realidad, el término «excelencia», al menos en la cultura occidental, nace en la Grecia de los poemas homéricos. Recurrir a la Ilíada o la Odisea es sumamente aconsejable para descubrir cómo el excelente, el virtuoso, destaca por practicar una habilidad por encima de la media. Aquiles es «el de los pies ligeros», el triunfador en cualquier competición pedestre, Príamo, el príncipe, es excelente en prudencia, Héctor, el comandante del ejército troyano, es excelente en valor, como Andrómaca lo es en amor conyugal y materno, Penélope, en fidelidad, y así los restantes protagonistas de aquellos poemas épicos que fueron el origen de nuestra cultura, al menos en parte, porque la otra parte fue Jerusalén.
Pero el excelente no lo es solo para sí mismo, su virtud es fecunda para la comunidad a la que pertenece, crea en ella vínculos de solidaridad que le permiten sobrevivir frente a las demás ciudades. Por eso despierta la admiración de los que le rodean, por eso se gana a pulso la inmortalidad en la memoria agradecida de los suyos.

Al hilo del tiempo esa tradición de las virtudes se urbaniza, se traslada a comunidades, como la ateniense, que deben organizar su vida política para vivir bien. Para lograrlo es indispensable contar con ciudadanos excelentes, no solo con unos pocos héroes que sobresalen por una buena cualidad, sino con ciudadanos curtidos en virtudes como la justicia, la prudencia, la magnanimidad, la generosidad o el valor cívico. Ante la pregunta «excelencia, ¿para qué?» habría una respuesta clara: para conquistar personalmente una vida feliz, para construir juntos una sociedad justa, necesitada de buenos ciudadanos y de buenos gobernantes.
A fines del siglo pasado surge de nuevo con fuerza la idea de excelencia al menos en tres ámbitos. En el mundo empresarial el libro de Peters y Waterman En busca de la excelencia invita a los directivos a tratar de alcanzarla siguiendo principios con los que otras empresas habían cosechado éxitos. En el mundo de las profesiones se entiende con buen acuerdo que el profesional vocacionado, el que desea ofrecer a la sociedad el bien que su profesión debe darle, aspira a la excelencia sin la que mal podrá lograrlo. Y también en el ámbito educativo florece de nuevo el discurso de la excelencia, al que es preciso dar un contenido muy claro para no confundirla ni con las supuestas medidas de calidad, un tema que queda para otro día porque requiere un tratamiento monográfico, ni con la idea de una competición desenfrenada en la escuela, en la que los fuertes derroten a los débiles. Conviene recordar que en la brega por la vida no sobreviven los más fuertes, sino los que han entendido el mensaje del apoyo mutuo, los que saben cooperar y por eso les importa ser excelentes.

La excelencia, claro está, tiene un significado comparativo, siempre se es excelente en relación con algo. Pero así como en las comunidades homéricas importaba situarse por encima de la media, el secreto del éxito en sociedades democráticas consiste en competir consigo mismo, en no conformarse, en tratar de sacar día a día lo mejor de las propias capacidades, lo cual requiere esfuerzo, que es un componente ineludible de cualquier proyecto vital. Y en hacerlo, no solo en provecho propio, sino también de aquellos con los que se hace la vida, aquellos con los que y de los que se vive. En esto sigue valiendo la lección de Troya.
A fin de cuentas, no se construye una sociedad justa con ciudadanos mediocres, ni es la opción por la mediocridad el mejor consejo que puede darse para llevar adelante una vida digna de ser vivida. Confundir «democracia» con «mediocridad» es el mejor camino para asegurar el rotundo fracaso de cualquier sociedad que se pretenda democrática. Por eso una educación alérgica a la exclusión no debe multiplicar el número de mediocres, sino universalizar la excelencia.

Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y Directora de la Fundación ÉTNOR

Artículo Originalmente Publicado en EL PAÍS el 29/12/10

«Justicia Cordial», último libro de Adela Cortina

 “Justicia Cordial”(Madrid, Trotta, 2010), de Adela Cortina , es una obra cuyo objetivo principal es diseñar los trazos de una sociedad cordialmente justa en sus principales dimensiones: ética cívica, éticas aplicadas, ciudadanía, democracia comunicativa, derechos humanos, relación con los animales y el horizonte de una justicia mundial.

Para ello, la autora toma como referente un concepto de justicia que nace de una razón cordial y compasiva, una propuesta que ha ido desarrollando desde, sobre todo, la publicación de su libro Ética cordial (Premio «Jovellanos» de ensayo 2007)

El libro ha sido publicado por la editorial Trotta y puede ser adquirido en los diferentes centros de distribución habituales o en la propia editorial a través de internet [editorial Trotta]

Frankenstein: el origen de la Neuroética

Adela Cortina, 12/11/2010

 En 2002 nace un nuevo saber, la Neuroética, en un congreso organizado por la Fundación Dana, interesada por las neurociencias. El congreso se celebra en San Francisco, con la asistencia de un buen número de especialistas, dispuestos a presentar en sociedad a la recién nacida, que tendrá por delante una apasionante tarea: no solo se ocupará de evaluar éticamente las investigaciones y las aplicaciones en neurociencias, sino también de tratar problemas fundamentales de la vida humana en los que está implicado el cerebro, como la libertad, la conciencia, el yo, la relación mente-cuerpo o las bases cerebrales de la moral.

Desde el congreso fundacional han aumentado exponencialmente las instituciones y publicaciones dedicadas al tema, llegando en ocasiones a la convicción de que la Neuroética es al siglo XXI lo que la Genética fue al XX, el gran reto que las ciencias plantean a la ética, ahora gracias al avance de las neurociencias.

El abanico de aplicaciones que abre el nuevo saber es inmenso, pero de entre ellas una se ha convertido en el asunto estrella: el enhancement, la posible mejora de las capacidades humanas interviniendo en el cerebro, el perfeccionamiento de facultades normales, y no solo la curación de patologías. La perfectibilidad del hombre, el gran reto del siglo XXI, las virtualidades y los límites de conseguir hombres y mujeres mejores interviniendo en el cerebro.

¿No desearía usted que le insertaran un chip para hablar inglés sin necesidad de academias? ¿No querría recuperar aquella fabulosa memoria de la juventud? Si la nueva Genética preparaba el Mundo feliz que diseñó Aldous Huxley, las neurociencias permitirían encarnar por fin el sueño del doctor Frankenstein.

Porque según cuenta uno de los fundadores de la Neuroética, William Safire, el nuevo saber nació en realidad en 1816 con el Frankenstein de Mary Shelley. ¿Lugar? Villa Diodati, en los alrededores de Ginebra. Allí se han reunido Lord Byron, Shelley, Polidori y Mary, que más tarde llevaría el nombre de Mary Shelley. El mal tiempo les obliga a permanecer en la villa y deciden hacer la apuesta de escribir cada uno un relato de terror. Al finalizar la estancia solo Mary ha sido capaz de terminar ese relato Frankenstein: el Prometeo moderno, con el que, al parecer, y sin ella saberlo, nació la Neuroética.

Claro que contar de este modo la prehistoria del nuevo saber puede parecer disuasorio, que es un intento de prevenir contra las posibles consecuencias nefastas de la tarea prometeica de intentar crear hombres más perfectos, porque puede llevar a producir monstruos. Como ella misma confiesa, Mary había leído los trabajos de Erasmus Darwin, el abuelo de Charles Darwin, sobre la creación de la vida artificial, y los toma como base para su obra. Por eso, aunque empieza escribiendo una historia de terror, va pasando poco a poco a contar un relato sobre la perfectibilidad del hombre y acaba descubriendo que el presunto hombre más perfecto no es más que un monstruo. Se trataría a fin de cuentas de una novela educativa más, con una moraleja que convendría recordar en el siglo XXI, cuando las técnicas de neuroimagen permiten conocer más a fondo el cerebro y se hacen posibles intervenciones de mejora. Agitar el espantajo del monstruo de Frankenstein sería la forma de prevenir frente a esta nueva tarea prometeica.

Pero no es este el mensaje que encontrará en la novela de Shelley quien no solo lea el comienzo, sino que llegue hasta el final. Sin duda la criatura de Frankenstein es un hombre distinto de los conocidos, más perfecto en algunas de sus capacidades, pero, precisamente por eso, no puede encontrar a ningún semejante, nadie puede reconocerle como un igual en humanidad. Y el hilo conductor de la novela es la búsqueda desesperada de un igual en quien poder reconocerse, a quien poder estimar y de quien recibir estima. Al final del relato el monstruo maldice a su creador por haberle creado con un gran anhelo de felicidad y sin los medios para satisfacerlo: le ha dado grandes capacidades, pero no la posibilidad de encontrar a un igual con el que compartir vida y destino, no hay derecho a crear a un ser sin ofrecerle a la vez los medios para ser feliz.

Ese era en realidad el mensaje de Mary Shelley: que los miembros y los órganos de un ser humano, incluido el cerebro, pueden ser muy perfectos, pluscuamperfectos, pero nada garantiza que su vida sea una vida buena si no puede contar con otros entre los que saberse reconocido y estimado. «El ángel rebelde -dirá el monstruo de Frankenstein- se convirtió en un monstruo diablo, pero hasta ese enemigo de Dios y de los hombres cuenta en su desolación, con amigos y compañeros. Yo estoy solo».

Tal vez este debiera ser el mensaje de una Neuroética pensada en serio, prometedora en tan gran cantidad de posibilidades, cuidadosa de esa dimensión del reconocimiento mutuo sin la que la felicidad flaquea. Tal vez sea ese el modo de superar el fracaso de Frankenstein en un proyecto de vida, no tanto más perfeccionada, como buena.

Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, miembro de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, y directora de la Fundación ÉTNOR.
Artículo publicado en el periódico El País el 17/10/2010

Empresa y derechos humanos

Adela Cortina, 11/10/10
 El discurso de los derechos humanos ha irrumpido en el mundo de la empresa desde hace años, pero especialmente desde que en 2003 las Naciones Unidas aprobaran unas Normas sobre las responsabilidades de las empresas transnacionales y otras empresas en la esfera de los derechos humanos, y desde que en 2005 la Comisión de Derechos Humanos de la ONU solicitara el nombramiento de un Representante Especial para estos temas. La resolución fue aprobada con el voto de 49 países, entre 53, y con la oposición de Estados Unidos, y en agosto de 2005 John Ruggie fue elegido para ese cargo. ¿Por qué era imprescindible abrir un ámbito explícito de reflexión y acción sobre derechos humanos en el mundo empresarial?

El recuerdo de catástrofes como la de Union Carbide en Bhopal (India) en 1984, al producirse un escape de una sustancia tóxica, que causó la muerte de miles de personas y la enfermedad de casi 200.000, las condiciones de explotación en que trabajan gentes en fábricas y plantaciones en distintos lugares del mundo, las consecuencias de las patentes farmacéuticas en las muertes por sida y otras enfermedades, la restricción de libertades, como las de expresión o asociación, en países del Sur, todo este conjunto de violaciones palmarias, ayuda a encontrar una respuesta.

Ante situaciones como éstas no basta con que las empresas asuman voluntariamente su responsabilidad corporativa y hagan un triple balance económico, social y medioambiental. Es necesario que respeten esos derechos que son cartas de triunfo, ante las que se debe anular cualquier otra jugada, y que lo hagan como una obligación de justicia básica, no como una opción voluntaria.

Ciertamente, en 1999 el anterior Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, invitó a las empresas a sumarse a un Pacto Mundial para fomentar buenas prácticas en el terreno de derechos humanos, laborales, medioambientales y en la lucha contra la corrupción. Pero no basta con eso, menos todavía en un mundo globalizado, cuando en una gran cantidad de países del Sur existen enormes vacíos legales, que impiden defender a sus habitantes frente a actividades inhumanas de algunas empresas autóctonas, pero también transnacionales. Por eso se hizo necesario ir más allá del Pacto Mundial y de la Responsabilidad Social Empresarial, hacia algo tan básico como el ámbito referido a Empresa y Derechos humanos.

En este sentido, Ruggie recomienda promover un nuevo marco normativo internacional, centrado en tres pilares: el deber estatal de proteger los derechos humanos, la obligación empresarial de respetarlos, y la promoción de mecanismos para reparar las violaciones. «Proteger, respetar, remediar» es el nuevo mantra, que han de asumir Estados y empresas de cualquier dimensión y grado de complejidad, pero especialmente las transnacionales, porque no sólo los individuos son responsables de sus actuaciones, lo son también las organizaciones, algunas de las cuales tienen un enorme poder. Y a mayor poder, mayor responsabilidad.

Es urgente entonces integrar el respeto por los derechos humanos en el núcleo duro de la empresa, identificar los aspectos de la actividad empresarial que afectan a derechos básicos, diseñar prácticas de respeto, adoptar indicadores para evaluarlas y someterse al control de auditorías internas y externas. Todo ello compone un êthos, un carácter de la empresa, que tiene que ser asumido desde dentro.

Están en juego derechos de las tres generaciones, desde el derecho a la vida, en casos como el de Bhopal, la fabricación y el comercio de armas, las patentes, el precio de los alimentos y tantos otros, pasando por la libre expresión de quejas, la libre asociación, la no discriminación, el salario digno para mantener una familia, la no explotación infantil ni de adultos o la seguridad, hasta el derecho al desarrollo. Imposible será avanzar en los siempre aplazados Objetivos de Desarrollo del Milenio, si no se suman las empresas.

A día de hoy, el asunto está en la calle. Por poner un ejemplo, las fundaciones Carolina y Fòrum Universal de les Cultures han organizado un debate sobre ello, con la presencia de Mary Robinson, Presidenta de Iniciativa por una Globalización Ética, en el marco de la Presidencia Española de la Unión Europea. Dos desafíos, ante todo, se ponen sobre la mesa: las empresas, como cualquier organización humana, están obligadas a respetar los derechos humanos, a no dañar; pero también pueden promover su protección dentro de su área de influencia, pueden sí apoyar su protección positivamente.

Las empresas pueden ayudar a romper el círculo vicioso de las violaciones que se instala en países con lagunas legislativas y gubernamentales, y dar comienzo al círculo virtuoso de las buenas prácticas. Como bien ha dicho Sen, una empresa ética es un bien público, del que se beneficia la sociedad en su conjunto. Pero también pueden tratar de influir en el gobierno y en la sociedad para que se genere y se ponga en vigor una legislación acorde con los derechos humanos. Proteger no es sólo tarea de los Estados, a la empresa ciudadana cabe también la tarea de promover la protección, teniendo en cuenta que hoy la ciudadanía no puede ser sino, a la vez, local y cosmopolita.

Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, miembro de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, y directora de la Fundación ÉTNOR.

Artículo publicado en el periódico El País el 04/02/2010

Economía sin ética

Adela Cortina, 05/10/10

 La catastrófica crisis económica que vivimos, tan dolorosa para millones de personas con nombre y apellidos, ha estallado cuando está boyante el discurso de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) en memorias anuales, índices de empresas responsables, masters y publicaciones. La pregunta es inevitable: ¿era cosmética o ética?, ¿maquillaje para tener buena apariencia o vitaminas que fortalecen por dentro?
De todo hay, claro está, y existen causas de muy diverso género. Pero la crisis es también una prueba de que buena parte de las organizaciones del mundo económico y político no han asumido ese discurso, cuando en realidad pertenece a la entraña misma de esos mundos: no viene de fuera, sino que es suyo.
Una empresa inteligente -viene a decir el discurso- no opta por una ética del desinterés, cosa imposible para una empresa moderna, sino del interés común. No abandona el mundo de los incentivos, de la búsqueda del beneficio y la viabilidad, sino que trata de lograr su beneficio a través del beneficio compartido. Por eso intenta convertirse en esa «empresa ciudadana» que las gentes ven como cosa suya, porque genera riqueza material, trabajo y valores intangibles en su entorno. Apuesta por la transparencia que va generando confianza y forjando la reputación, valores sin los que es difícil mantener la viabilidad. Por eso, la empresa prudente trata de conocer las aspiraciones de sus grupos de interés y de responder a ellas. Responsabilidad, transparencia y confianza son entonces imprescindibles para alcanzar el bien de la empresa al medio y largo plazo. Siempre que exista un marco institucional capaz de asegurar razonablemente que se cumplen las reglas de juego.
No ha funcionado en demasiados casos el marco institucional, encargado de controlar las actuaciones financieras, de poner sobre aviso a inversores y a consumidores. Han fallado los marcos y por eso es necesario el control. Pero a pesar de la convicción leninista de que «la confianza es buena, pero el control es mejor», los dos son imprescindibles. Sin control, los bancos juegan al riesgo excesivo, al préstamo basura un día y a no prestar al siguiente, los ayuntamientos avalan recalificaciones, los consumidores se endeudan más allá de lo razonable y llega un tiempo en que el tren de la actividad económica da un brusco frenazo. Que parece que, al menos en parte, es lo que nos ha pasado. Pero sin confianza decaen las transacciones, disminuye la inversión, escasean los préstamos, cierran las empresas, aumenta el desempleo y crece el sufrimiento.
¿Es que el discurso de la RSE, como ha dicho José Ángel Moreno, está en realidad desvinculado de los sistemas de gobierno corporativo? ¿Es que no se ha incorporado al núcleo duro de una muy buena parte de empresas, cuando en realidad les es consustancial?
Tal vez lo que ocurre es que hay dos tipos de incentivos, los buenos y los malos, los que pertenecen al juego limpio de la empresa y los espurios. Los últimos pueden ser útiles en alguna ocasión, pero no ser los principales, como mostraba el filósofo MacIntyre con el ejemplo de un niño, cuyos padres quieren que aprenda a jugar al ajedrez y, como no le gusta, le prometen caramelos cada vez que juegue. El incentivo de los caramelos puede servir para que conozca el juego y se interese por él, pero si con el tiempo sigue sin gustarle por sí mismo, hará trampas cuando pueda.
Si el directivo de un banco al asesorar a los clientes está pensando en que su salario o su ascenso dependen de que inviertan en determinados fondos, intentará persuadirle de que es un riesgo asumible con el que ganará considerablemente. Las demás opciones son «conservadoras», adjetivo que tiene ya un sentido peyorativo. Claro que, a diferencia del ajedrez, el directivo también cuenta con la ambición del cliente. Pero no es un buen profesional el que no advierte de los riesgos previsibles, ni el que hace préstamos basura, porque no es ése el sentido de su profesión y por eso genera desconfianza.
Si globalizamos la partida de ajedrez, resultará ser que, además de las turbulencias de que hablan los economistas, ha habido organizaciones y gentes concretas que no han creído en el valor de su profesión, que han arriesgado lo suyo y lo ajeno, convencidos de que a ellos les sacarán las castañas del fuego. Lo peor de todo es que en este juego algunas veces pagan los protagonistas, pero en todas las ocasiones pagan los peor situados, los débiles. Los que se quedaron sin trabajo, los que no pudieron pagar la hipoteca, los que tuvieron que cerrar su pequeña empresa, los inmigrantes que regresaron a sus países y se acabaron las remesas, fuente principal de ingresos para esos países.
En el documento de la última cumbre del G-20, los líderes mundiales hacen una afirmación asombrosa: «Reconocemos la dimensión humana de la crisis». Pero ¿es que ha existido alguna vez una actividad económica sin dimensión humana? ¿No es cierto que la economía ha de ayudar a construir una buena sociedad y, cuando no lo consigue, fracasa rotundamente, teniendo en cuenta que esa buena sociedad hoy ha de ser mundial?
Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, Académica de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, y directora de la Fundación ÉTNOR.


Artículo publicado en el periódico El País, (05/05/09)

Adela Cortina: “Las empresas que no intentan ser ciudadanas y éticas, son malas empresas”

Carmen Martí, 28/04/10
La gestión de la diversidad en la empresa ha sido llevada a debate en las jornadas organizadas en Valencia por la Fundación ÉTNOR y la Fundación CeiMigra, como una de las claves de la empresa responsable. Estas jornadas, que han unido a empresarios, administraciones públicas, sindicatos, y organizaciones cívicas, pretenden reflexionar conjuntamente sobre la necesidad de gestionar la diversidad desde nuestras empresas, como uno de los espacios determinantes en la sociedad.

Vivimos en una sociedad diversa y, aunque no es un hecho nuevo, el fenómeno de la globalización ha acrecentado la diversidad cultural. Pero además, la diversidad de género, de sexo, edad, condición política, etc. es una realidad que afecta, como no podría ser de otra manera, al entorno laboral. Ante esta situación existen varias opciones; entre ellas, mirar hacia otro lado, o gestionarla de una manera activa.

Para Cortina, no es sólo una cuestión de “justicia”, respetar las diferencias de las personas desde una igual dignidad de todos los seres humanos, sino que es “inteligente”, en un momento de crisis como el actual,“ aprovechar al máximo todas las potencialidades de las diferentes culturas”. “No es época de despilfarro de energías, sino de aprovechar todo el bagaje cultural posible que se ha ido generando históricamente para hacer frente auna realidad cada vez más compleja”.

Para la Catedrática, la cultura es la manera en la que las personas intentamos dar respuesta a los problemas de nuestro entorno, y en un una sociedad compleja como la nuestra, y con un entorno cada vez más cambiante e inestable, “las empresas inteligentes serán las que apuesten por aprovechar al máximo las potencialidades de sus plantillas diversas”.En este sentido, la cadena hotelera NH ha aportado su experiencia prácticaen esta área. Para Francisco Catalá, Director Internacional de RR.HH. de la cadena, “equipos multiculturales diversos atienden mejor a clientes diversos”.

Pero además, para NH gestionar la diversidad redunda sin lugar a dudas en una mejora del clima laboral. Entre las acciones que la cadena hotelera ha llevado adelante se encuentran desde menús especiales para celiacos o para musulmanes en época del ramadán, hasta acuerdos para la obtención de mejores comisiones bancarias en el envío de dinero a sus países de origen.

En la jornada ha participado también el Charter de la Diversidad, implantado en España el año pasado. Esta iniciativa, derivada de las directrices europeas de antidiscriminación, tiene por objetivo sensibilizar en materia de igualdad de oportunidades y conciliación, y avanzar en la construcción de una plantilla diversa. Para ello, las empresas firman, de manera voluntaria, una carta de principios con los que se comprometen. Según Gemma Martín, Coordinadora General del Charter, “en sólo un año de existencia en España, ya se han sumado 260 organizaciones, y este es sólo el primer paso.”

Adela Cortina: “Acabar con la pobreza es un deber ya, no un objetivo del milenio”

02/12/09, Carmen Martí

Con estas palabras iniciaba Adela Cortina, directora de la Fundación ÉTNOR, (para la ética de los negocios y las organizaciones), la inauguración del VIII Congreso de Ética del Desarrollo, el cual ha calificado como una “reunión de teóricos y prácticos para intercambiar experiencias, sin cuya sinergia es imposible alcanzar las metas del desarrollo humano”. Cortina ha resaltado la importancia de la participación de cerca de 30 panelistas y más de 100 comunicaciones, muestra “de que hay mucha gente trabajando en estos temas”. Cortina ha resaltado que “son fundamentales actividades de este tipo para dar a conocer la importancia de este tema; en Valencia, en la Unión Europea y en el mundo en general, y hacer que de verdad Europa se posicione como un referente en lo social”.
En la inauguración han participado también el Rector de la Universidad de Valencia, Francisco Tomás Vert, quien ha destacado el papel de la universidad como “foco del debate académico”, como “formadora de profesionales” y en el papel de instar a los ciudadanos a asumir una “ciudadanía activa y corresponsable” en el papel del desarrollo”. Por su parte, Rafael Blasco, Conseller de Solidaridad y Ciudadanía, ha destacado la necesidad de aunar voluntades y acciones conjuntas para poner en marcha iniciativas en este ámbito, y se ha comprometido a asumir las conclusiones de este encuentro como guía de las políticas públicas de la Generalitat.
Inaugurado el congreso, han tenido lugar las conferencias de Frances Stewart, Presidenta de la Asociación de Desarrollo Humano y Capacidades, quien tras realizar un repaso histórico a los diferentes enfoques en el tema, ha destacado la “necesidad de un modelo económico en el que el consumo no sea el motor del desarrollo”, y de Asunción St. Claire, profesora de la Universidad de Bergen, quién ha abordado la cuestión desde la perspectiva climática. Según St. Claire, “estamos inmersos en una doble crisis, económica y climática, que merma las posibilidades de acabar con la pobreza en el mundo”. “Es necesario -ha afirmado- reconceptualizar el actual modelo de desarrollo para encontrar uno que permita el desarrollo de los pueblos y que sea, a su vez, medioambientalmente sostenible”.
En la sesiones de mañana se trataran aspectos como la creación de riqueza en China, la educación para el desarrollo, o la responsabilidad de las multinacionales en el desarrollo humano.

Conferencia prof. Adela Cortina: “Ética cívica transnacional”

29/05/09. Ramón Feenstra.
Adela Cortina, Doctora Honoris Causa de la Universitat Jaume I y Miembro de la Real Académica de Ciencias Morales y Políticas impartió ayer la conferencia “Ética cívica transnacional” en el Edificio Hucha de Castellón. Dentro del Ciclo de Conferencias “La Democracia hoy: el papel crítico de la Sociedad Civil” organizado desde el Departamento de Filosofía y Sociología de la Universitat Jaume I.
En el marco de este ciclo de conferencias sobre la democracia insistió en la imperiosa necesidad de desarrollar en las instituciones y de encarnar desde la ciudadanía una ética cívica transnacional en los diferentes ámbitos de la vida pública y política. Entendiendo que una ética de este estilo, en el contexto de sociedades moralmente pluralistas como la nuestra, “es aquella en la que se articulan las distintas éticas de máximos que en esa sociedad se ofertan, algunas de las cuales son religiosas y otras seculares, desde una ética de mínimos de justicia por debajo de los cuales es imposible caer sin incurrir en humanidad”.
Pero además abundó en la importancia que tiene hoy en día que el desarrollo de esa ética cívica se produzca desde el “corazón”. Siguiendo la línea de uno de sus últimos libros publicados sobre esta temática “Ética de la razón cordial” [Ediciones Nobel], subrayó que la ética de hoy no puede basarse solo en la razón sino que debe atender también a otras dimensiones humanas, como el sentimiento, los valores, los intereses y la compasión. Apoyándose en Pascal afirmó que “hay razones del corazón que la razón no entiende”. Por lo que, hay que conocer la verdad, pero también la justicia, y solo una razón cordial, que atiende al corazón, puede descubrir lo justo. Llegando a afirmar con rotundidad que “el que no se indigna y siente dolor ante el dolor ajeno no puede tener sentido de la justicia”, de ahí la importancia de una educación en la ciudadanía partiendo de estos presupuestos.
La vitalidad ética de la democracia por tanto pasa para esta Catedrática de Filosofía Moral de la Universitat de València y Directora de la Fundación ÉTNOR por conseguir no sólo que los ciudadanos y sus instituciones (políticas, educativas, sanitarias, económicas, entre otras) se sepan protagonistas de su tiempo sino sobre todo que quieran serlo con criterios de justicia y de compasión. Donde las personas “se saben y se sienten interlocutores válidos, como seres dignos de respeto y compasión” y respetan a los otros en la misma medida.