02/11/09 Patrici CalvoEl catedrático de la UCM Diego Gracia, dentro del programa de doctorado interuniversitario en Ética y Democracia, ofreció ayer en Valencia un exquisito seminario sobre el estado actual de la neurología y los últimos progresos en su afán por descifrar los secretos del comportamiento humano.
Según el profesor, la neurología –y más concretamente la neuroética– se ha convertido hoy en todo un fenómeno científico. Sólo es preciso observar la cantidad de libros, revistas y jornadas que florecen mes a mes por todos los rincones del mundo y cuya temática se centra casi exclusivamente en esta disciplina concreta de la neurofisiología, la ciencia que se preocupa de las funciones del cuerpo. Este nuevo movimiento se debe a los espectaculares avances tecnológicos que permiten detectar qué zonas se activan en el cerebro cuando odiamos, amamos, reímos, etc. Avances que supuestamente permiten albergar esperanzas de conocer qué determina la conducta humana, la conducta moral de las personas.
La preocupación de la ciencia por adentrarse en un campo que hasta hora parecía exclusivo de los filósofos, tiene históricamente tres momentos importantes:
El primero de ellos se remonta a los años 60. Concretamente a la publicación por parte de Karl Popper y John C. Eccles de “El Yo y el cerebro”. Éstos llegaron a la conclusión de que el cerebro no lo controla todo, que existe un impulso inicial que no deviene de sí mismo. Un impulso inicial que los autores identificaron como el Yo.
A raíz de la controversia generada por la publicación del libro, se gesta el segundo momento. Benjamin Libet, discípulo de Eccles, diseñó un dispositivo para demostrar las teorías de su maestro y acabar con la controversia generada. Sin embargo, los resultados fueron sorprendentes a la vez que contrarios a las pretensiones del neurólogo. El
experimento demostró que 400 milisegundos antes de tomar una decisión, el cerebro humano ya ha enviado un impulso de movimiento. La conclusión fue clara: Eccles no tenía razón. El cerebro ya ha decidido antes de que nosotros tomemos la decisión. Por tanto, no existe la libertad humana.
El experimento de Libet produjo el tercer momento y que continua vigente en la actualidad. Este tercer momento tiene que ver con el aumento de los estudios neurológicos sobre la libertad, sobre la capacidad de decidir libremente nuestros actos.
Sin embargo, el mayor problema actual estriba en que estos neurólogos dedicados a tales estudios tienen escasos conocimientos filosóficos, con lo cual sus conclusiones suelen ser falaces, erróneas o restringidas.
En primer lugar, porque la gran mayoría de las investigaciones se centran en un concepto de libertad restringido, un concepto de libertad cuyo significado se alimenta básicamente del libre albedrío. Sin embargo, es necesario concretar de qué libertad estamos hablando, pues ésta no tiene el mismo significado para los clásicos que para los medievales, los modernos o los post modernos, para Aristóteles que para Guillermo de Ocam, Kant, Heidegger o Derrida. Por ello, es necesario conocimientos filosóficos para poder abordar este tipo de estudios y determinar si estamos en condiciones de afirmar que un experimento demuestra o no la libertad de las conductas humanas.
Y en segundo lugar porque en los estudios neurológicos referentes a las conductas humanas se suele confundir los planos del cómo y del qué. Estudiar la cualidad en tanto que cualidad es el qué, estudiar la cualidad en tanto que otra cualidad es el cómo. Los neurólogos intentan reducir las cualidades primarias a otras cualidades, sin embargo, una cualidad primaria no puede explicarse por medio de otra, por lo que suelen caer en reduccionismo. Podemos explicar a un ciego que el color verde se produce por esto y por lo otro, pero eso, por más que lo intentemos, no le permitirá imaginarse qué es color verde. Es imposible explicar una cualidad primaria mediante su reducción a otra u otras cualidades.
En conclusión, es cierto que el acto libre tiene que ver con un conjunto de mecanismos fisiológicos que se producen 400 milisegundos antes. Se trata de un acto no humano que condiciona y determina, un factor que es genético. Ahora bien, también existe un factor formal en todo ello que no puede quedarse al margen. Es legítimo estudiar el cómo, pero también debe estudiare el qué. No hay que eliminar ninguno de estos planos. Ambos son necesarios para no perder el sentido. Y si el neurólogo no tiene ni idea de filosofía, no puede pretender explicar la libertad a través del cómo.
Los valores son cualidades primarias. No pueden explicarse a través de otras cualidades. Sabemos que devienen –entre otras cosas– de sentimientos, pero intentar explicar los valores desde éstos es un grave error. Cada valor es una cosa en sí que debe explicarse desde sí mismo, como cualidad en tanto que cualidad, no sólo como cualidad en tanto que otra cualidad.