El poder de la RSE 2.0 llega a la formación académica

La Fundación Étnor y el área de Filosofía Moral de la Universitat Jaume I de Castellón, dirigida por Domingo García-Marzá, se han unido en una pionera e innovadora iniciativa que une responsabilidad social, formación y comunicación 2.0.

A lo largo del curso los estudiantes de Comunicación Audiovisual y Administración y Dirección de Empresas de esta universidad complementaran sus estudios teóricos de las asignaturas de “Ética Empresarial” y “Ética y Deontología Profesional” respectivamente con prácticas realizadas íntegramente en el entorno 2.0.

Para ello, la Fundación Étnor, fundación pionera en la difusión de la ética y la RSE a través de las redes sociales, ha habilitado una plataforma en su Comunidad Virtual, donde más de un centenar de estudiantes debaten sobre temas propuestos en clase: la adhesión de las empresas y organizaciones al Pacto Mundial, el caso Galliano y las implicaciones éticas para el mundo de la moda, la democracia monitorizada y los medios de comunicación, etc.

Diálogo 2.0
La plataforma ofrece además la posibilidad a los estudiantes de dialogar y debatir en torno a estas cuestiones con importantes representantes del mundo empresarial, de los medios de comunicación, expertos en RSE, y profesionales de diversas áreas que forman parte de esta comunidad, a la que pertenecen ya más de 300 personas de 14 nacionalidades distintas.

Con esta iniciativa se pretende no sólo integrar las redes sociales y la comunicación 2.0. en la formación académica en ética y responsabilidad social sino, en palabras del profesor Patrici Calvo, impulsor de la iniciativa, “fomentar una verdadera implicación y participación de los estudiantes, creando un tejido asociativo potente que no se disuelva una vez terminado el curso”.

Además de artículos de opinión, en la Comunidad Étnor se publican multitud de materiales, vídeos, foros de debate, fotografías, links de interés y eventos en el marco de la ética aplicada a las organizaciones públicas y privadas y la responsabilidad social.

Artículo publicado en CompromisoRSE el 24/03/11

Potenciar el tejido asociativo es clave para el desarrollo de la responsabilidad social

Carmen Martí, 10/03/11
“Sólo desde la corresponsabilidad y desde el interés de la sociedad de dotarse de empresas y organizaciones mejores la RSE avanzará como esperamos”. Así lo manifestó ayer José Ángel Moreno, Secretario de Economistas sin Fronteras, quien analizó la necesaria “interacción fecunda” entre empresas y organizaciones cívicas para la RSE en el Seminario de la Fundación ÉTNOR.

Para Moreno, empresas, organizaciones cívicas y ciudadanos se preocupan cada vez más por la RSE, aunque por razones diferentes. Los ciudadanos demandan instituciones más responsables porque empresas mejores generan sociedades mejores. Las Ong´s ven la RSE como fortalecedora de la economía y la sociedad, pero sobre todo como una exigencia de justicia. Por último, las empresas asumen la RSE fundamentalmente por cuatro razones: por convicciones éticas, por puro interés, por presión de organismos públicos internacionales como la ONU o la OCDE, y por presión social.

Moreno centro todo su discurso en esta última, y en la necesidad de vertebrar un tejido civil fuerte y desarrollar un movimiento asociativo potente, “porque es la clave para el desarrollo de la RSE en nuestro país”. “Si las organizaciones cívicas y los ciudadanos no exigimos empresas mejores, no las tendremos”.

Según una encuesta de Pricewaterhousecoopers, los altos directivos no sienten esa exigencia de la sociedad civil, y adoptan la RSE por toda una serie de presiones que van desde la reputación, las tendencias del sector o la demanda de accionistas y empleados, pero no de la sociedad.

“La situación en España del tejido asociativo es comparativamente débil frente a países del entorno”, “tenemos menos asociaciones y también menos voluntarios y socios; acudimos a ayudas puntuales ante emergencias, pero están descendiendo los apoyos estables y, sobre todo, la participación y el asociacionismo”. Para José Ángel Moreno “potenciar el tejido asociativo es una de las vías más potentes para potenciar la RSE”.

Para el experto “la relación entre empresas y organizaciones cívicas es compleja, pero positiva para ambos, y favorece claramente la responsabilidad social”. Una relación que se está intensificando en los últimos años desde las donaciones y colaboraciones hasta proyectos más ambiciosos y estables en el tiempo de asesoramiento a las empresas en cuestiones de RSE o relación con los grupos de interés, voluntariado corporativo, auditoria social y medioambiental externa, o el desarrollo de negocios inclusivos. “Incluso las relaciones más conflictivas son positivas, y las empresas emergen de esos conflictos siendo mejores empresas en todos los sentidos”. “Y una buena empresa, como afirmaba el Nobel de Economía, Amartya Sen, es sin duda un bien público”.

Ayuntamientos Responsables ante la Sociedad

Convencidos de la relevancia creciente de la Responsabilidad Social (RS) como enfoque de gestión para las grandes empresas, ahora se observa cómo las pymes también acogen con gran naturalidad estas prácticas atentas a la sociedad y hacen de ellas incluso un vector estratégico. Hasta existen microempresas absolutamente comprometidas.

Pero el desborde de la RS hacia organizaciones que ya no son grandes multinacionales también ha llegado a organizaciones no lucrativas, como las fundaciones, a organizaciones del conocimiento, como las universidades, y a organizaciones públicas, como los ayuntamientos.

Aún así, no podemos afirmar que esta generalización de la RS hacia todos los sectores sea un progreso falto de dificultades. Si la gran compañía argumentaba que su único objetivo era ganar dinero, importando poco los medios, el sector público considera que un cierto sentido de la responsabilidad ya está implícito en sus valores, de manera que le resultaría redundante gestionar su RS. Craso error.

Siendo éste el punto de vista, la corporaciones locales más proactivas han empezado en estos dos últimos mandatos a fomentar la RS de las empresas, a la vez que notan aún muy limitadamente la necesidad de afrontar la gestión proactiva de su propia RS. Y no sólo para cumplir unas leyes que en ocasiones vulnera (la LISMI como ejemplo) sino para plantearse un modelo con metodología RS.
Modelo propio para las AAPP

Se podría afirmar que la lógica del servicio público es sustancialmente diferente de la actividad privada y que cada organismo público ha sido creado precisamente para hacer frente a una necesidad de la sociedad de forma que en ella misma ya sería una RS. Aun así, el sentido responsable de la función no dice nada sobre la manera como se gobierna una institución. Y hoy pocos afirmarían que las AAPP ya han llegado al final del trayecto en su modelo de transparencia, rendición de cuentas, etc. ¿Qué información tenemos las partes interesadas sobre cómo un organismo público ha satisfecho sus objetivos? ¿Cómo podemos dialogar y pedir aspectos sobre su rendimiento?

La RSA debe llevarse a cabo desde un modelo propio pensado para las singularidades del sector público, lo cual no pide una mera traslación de indicadores empresariales. Si para una empresa su primera responsabilidad es ser sostenible económicamente para poder continuar creando riqueza y puestos de trabajo, para el sector público el reto es poder llevar a cabo sus políticas públicas para lo que hoy en día hace falta ahondar en la efectividad y garantizar su legitimidad. El sector público corre el riesgo de creer, en virtud de su posición monopolística, que tiene garantizada esa legitimidad.

Un ejemplo de práctica donde hay recorrido a hacer sería en la compra pública y subcontratación socialmente responsable, procurando que atienda no sólo a criterios económicos, o que éstos no se limiten al interés del órgano contratante sino de toda la Administración e incluso de toda la sociedad. Muchas AAPP se conforman con llegar al 0’7% para cooperación internacional sin darse cuenta de que con la compra responsable se puede tener un potencial de cambio enorme ya que pueden modificar las condiciones del mercado.

También se puede dar un salto en participación ciudadana, que no se quede en lo formal y en la legitimación de decisiones tomadas, y que parta de la transparencia, más allá de lo puramente mecánico, y de una evaluación profunda de las políticas públicas, que supere la comodidad de una gestión de base presupuestaria que desatiende los impactos reales. En la gestión interna sería conveniente la integración de las prácticas de RS, que no estén desvinculadas de una estrategia de gestión del cambio.

Son algunos puntos de vista que intentan situar la necesidad de una RSA que integre, pero vaya mucho más allá de las prácticas ya conocidas, entendidas como una decisión global que afecta también a la dimensión política y transversalmente a todas las áreas técnicas.


Antes se debe asumir la gestión del cambio como una necesidad y una urgencia

Si no nos lleva a una mejora de la propia cultura organizativa, en un cambio fundamental en nuestro ADN corporativo, este esfuerzo será poco sostenible y decaerá con el tiempo. Más aún, cuando no hablamos tan sólo de incorporar unas determinadas acciones sino de generar un estilo, una transversalidad, una coherencia.
Ante la necesidad del sector público de profundizar en la función adaptativa, la RSA es el motor que puede favorecer que se afronten los nuevos roles de gobernanza pública, que se trabaje por unos territorios socialmente responsables y, en clave más amplia, que se avance en la definición de un nuevo contrato social que renueve la confianza y la asignación de papeles entre las partes.

Artículo Originalmente Publicado en el Periódico Mediterráneo el 27/02/11.

Gestionar la RSE en la Red: herramientas de gestión en un nuevo panorama

Dilnéia Couto, 22/02/11
En este post se intenta realizar unos breves apuntes de cómo se podrían utilizar las nuevas herramientas de gestión que nacen con el desarrollo de las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación). Esto desde una perspectiva que adopta la gestión ética como base para el desarrollo de un plan de gestión de RSE sostenible a largo plazo.

Para ello, se identifican tres herramientas clave en este proceso: la página web; los blogs corporativos (internos y externos) y, las redes sociales.

Página web: la página web de una empresa es una herramienta eficiente que puede facilitar un proyecto de comunicación transparente para la organización. En este sentido, puede servir de plataforma de divulgación de la cultura empresarial, de los compromisos que la empresa asume con la sociedad, de las acciones que está realizando para hacer posible la consolidación de dichos compromisos, de medio de contacto entre los agentes internos y externos a la empresa. Para ello, es necesario definir un profesional capacitado para realizar este trabajo y que pueda servir de agente intermediario entre la empresa y sus públicos externos.

El lenguaje de la red es diferenciado y exige dinamismo para atraer la atención de los públicos, por esto una web multimedia podría ser una táctica de comunicación eficaz en la gestión de la RSE. Sin embargo, la forma no puede jamás sustituir el contenido, pues este el que define las bases de una comunicación responsable.

Blogs Corporativos (Internos y Externos): los blogs corporativos además de ser una herramienta con un coste bastante bajo pueden ser la forma más eficaz de facilitar la comunicación entre los grupos de interés de la organización.

Los blogs internos ayudan a difundir y consolidar la cultura interna; facilitan la comunicación entre los directivos y los empleados; proporcionan agilidad en la divulgación de información (eventos, actividades de formación, reuniones, publicaciones variadas que hará la empresa), pues no se debe olvidar que antes de que la información llegue a los públicos externos los públicos internos deben estar bien informados de lo que hace y comunica la empresa. Ej.: Desarrollar una memoria de sostenibilidad de la organización sin que los empleados sean participes y sepan cuando y donde será publicada es más bien negativo que positivo para la empresa.

Los blogs externos, a su vez, sirven como puente de comunicación entre la organización y los públicos externos. En un proyecto de gestión que entiende la RSE como el punto clave de una buena gestión ética de la organización, estos pueden servir para divulgar información acerca de las políticas medio ambientales y sociales, fomentando el feedback, los públicos externos son agentes que si se sienten participes del proyecto empresarial pueden ayudar en el control del bien hacer de dichas políticas empresariales. Fomentar su participación en los blogs corporativos es esencial, pues la comunicación en la red es ‘por definición’ transversal, es decir no basta con que se divulgue información relativa a la empresa sin promover un espacio de participación efectiva.

Redes Sociales: Crear un perfil en una red social y publicitar ‘las maravillas’ que hace la empresa no es el objetivo de un plan de gestión de la RSE que inserta los medios no-convencionales en su plan de medios.

Las redes sociales pueden servir de plataforma de divulgación informativa de la empresa que no es sólo información publicitaria, pero también informaciones relacionadas a cambios internos, problemas detectados y las soluciones que se han dado para su resolución, futuros proyectos que serán aplicados en el plan social y medio ambiental, atendimientos variados a los públicos ‘consumidores’, etc.

Insertar la red en el plan de gestión de la empresa es una tarea que exige entender la comunicación de una forma integral, dinámica y sobretodo ‘transversal’.

Propuestas para cambiar el paisaje [PARTE II]

En la entrada anterior he realizado un análisis crítico de la situación de la RSE después de una década de su surgimiento y desarrollo. Después de vislumbrar este paisaje, que para nada parece alentador ni optimista, propongo algunas salidas al problema apuntado: posibles iniciativas que creo que ayudarían a mejorar la práctica de políticas de RSE serias y capaces de ir más allá del maquillaje.
Iniciativas que apuntan a repensar el terreno del necesario debate de la RSE. No tanto para enredarse en un creciente barroquismo (tan querido de los que buscan medrar al calor de su complejidad), cuanto, simplemente, para regular con mucha mayor firmeza y claridad unos pocos aspectos esenciales: por ejemplo, la forma como se gobiernan, operan e informan las empresas.
Cómo se gobiernan: porque la empresa sólo integrará realmente los intereses de sus grupos de interés en su estrategia (y en eso consiste la RSE) cuando éstos se integren consistentemente en su sistema de gobierno. Sólo la empresa que asuma esta (paulatina) inclusión, dejando de estar imperialmente regida por algunos accionistas y por la máxima dirección, estará en condiciones de poder ser una empresa socialmente responsable. Y no es -como muchos defienden- el objetivo último e idílico al que se aspira en el horizonte -nunca alcanzable- del camino, sino un prerrequisito previo e imprescindible para la responsabilización.
Cómo operan: porque muchas implicaciones sociales no reguladas de la forma en que producen y comercian las empresas no pueden ser dejadas al albur de la voluntariedad empresarial. Muy especialmente, todo lo que se refiere a la generalización absoluta de condiciones laborales dignas y al cumplimiento riguroso de los derechos humanos básicos. Exigencias incondicionales que deben extenderse en las grandes empresas a toda la cadena de valor y a la operativa en países en los que la legislación es insuficiente o, aunque exista, no se cumple. Algo que, como vienen reclamando muchas organizaciones cívicas desde largo tiempo atrás, sólo puede ser corregible con una regulación obligatoria de carácter internacional impulsada por Naciones Unidas y que todos los Estados de origen de las empresas tengan la obligatoriedad de imponer a sus empresas donde quiera que operen.
Cómo informan: porque, por encima de la polémica sobre la posible obligatoriedad de los informes de RSE para determinados tipos de empresas (que, desde luego, defiendo), lo que verdaderamente importa es que las empresas no distorsionen ni oculten información significativa en los documentos que -obligatoria o voluntariamente- generen. Algo que exigiría extender criterios similares a los aplicados a la información financiera a toda la información adicional (y también a la de RSE) que publique institucionalmente la empresa. Es decir: criterios mínimos de información (que necesariamente deben respetarse de forma que la información sea evaluable de forma objetiva), auditoría externa obligada (pero auditoría real, no las amables verificaciones habituales en los informes de RSE) según criterios públicos y penalización legal en caso de descubrirse que la empresa ha manipulado u ocultado información relevante. Sólo así, de paso, podría superarse el estomagante tono publicitario y la muy baja calidad de tantos informes de RSE.
Creo que no somos pocos los que desearíamos que ese imprescindible (e inevitable) debate público sobre la RSE no dejara de lado este tipo de preocupaciones. Pero no deberíamos olvidar que eso es algo que dependerá decisivamente del interés (y de la corresponsabilidad) de la sociedad por tener empresas mejores y más responsables: es decir de la fuerza de los contrapoderes (viejos y nuevos) que, frente al poder empresarial, sepa construir la sociedad. Si la RSE consiste en esencia en la respuesta equilibrada que la empresa ofrece a las demandas de sus diferentes grupos de interés, sus avances dependerán inevitablemente de que esos grupos de interés se doten de la capacidad de presión necesaria para equilibrar la posición con que la empresa negocia con cada uno de ellos. Sólo así, como ha demostrado abrumadoramente la mejor teoría económica, se puede reducir el grado de dominación en el mercado y el nivel de imperfección de la competencia: algo que tiene mucho que ver con la RSE. Por eso, cada día que pasa comparto con más firmeza el convencimiento de que una de las medidas públicas más eficaces para intensificar y extender la RSE es fortalecer el tejido cívico de la sociedad.

Regulación y contrapoderes: nada nuevo, decíamos; una muy vieja canción. Una canción, sin embargo, que no es de otro tiempo: que recuerda el carácter eminente e inevitablemente político y social de la RSE. Es la poco original y un tanto escéptica lección que a algunos nos queda de una década de la que se esperaba mucho, y en la que probablemente no poco se ha avanzado, pero que finaliza dejándonos un embarazoso aroma de melancolía, una inocultable insatisfacción y una lacerante sensación de frustración.

Artículo Originalmente Publicado en Diario Responsable el 3 de febrero de 2011.

RSE: Paisaje después de una década [PARTE I]

Cuando acabamos apenas de sortear el quicio final de un desquiciante 2010, la filosofía de la responsabilidad social empresarial (RSE) cumple casi una década de aplicación sistemática en muchas empresas de nuestro país. Y unos pocos años más en los países más adelantados en este terreno (que son los más desarrollados). Un tiempo que debería ser suficiente para que los resultados, inevitablemente lentos y paulatinos, empezaran a dejarse notar de una manera ya suficientemente perceptible. En todo caso, un tiempo apropiado para hacer balance.
¿Cuál es el saldo de este balance? No es fácil concretarlo. Sin duda, se han producido muchos avances. Avances quizás que muchos no sospecharían diez años antes: estructuras organizativas ya muy consolidadas en muchas empresas, formalización de políticas, códigos de gobierno y de conducta, informes de RSE y procedimientos de verificación, sistemas de diálogo con grupos de interés, desarrollo de políticas más avanzadas de acción social, incluso progresivo (aunque todavía epidérmico) contagio de la RSE en todos los ámbitos de la actividad…
¿Deberíamos entonces los partidarios de la RSE sentirnos satisfechos? ¿Optimistas, al menos, ante las perspectivas de un futuro crecientemente halagüeño para estas ideas? Es posible: yo, ciertamente, no lo rechazo, pero tampoco acabo de estar completamente seguro. Es verdad que hay motivos para pensar que bastante se ha mejorado, pero quizás haya muchos más para pensar lo contrario. En todo caso, creo que no está demás contemplar la década pasada con una -siempre necesaria- perspectiva crítica: una perspectiva que es también autocrítica respecto de lo que muchos hemos venido defendiendo y en lo que hemos venido creyendo, a veces, quizás, demasiado ingenua o complacientemente.
Por una parte, y pese a todas las excepciones que puedan hacerse, la RSE no acaba de superar una limitación decisiva: sigue sin llegar de forma significativa a las pymes, que constituyen la inmensa mayoría del tejido empresarial. La cuestión de la RSE es todavía una cuestión marcadamente minoritaria y acentuadamente focalizada en la gran empresa.
Pero incluso en este ámbito no deja de ser algo todavía periférico: aún en el colectivo mucho más restringido de las grandes empresas aparentemente preocupadas por la RSE, el balance dista de ser nítidamente positivo para quien lo contemple con una sana mirada objetiva. ¿O es que, pensando a calzón quitado, nos sentimos capaces de afirmar sinceramente que, tras una década de esfuerzos, la gran empresa es, de verdad, más responsable?; ¿es que ha cambiado realmente sus criterios y pautas de comportamiento?; ¿es que ha integrado con autenticidad la responsabilidad social en su estrategia, en sus sistemas de gobierno, en sus modelos de negocio, en sus políticas de relaciones laborales, en su transparencia y en su sensibilidad hacia los intereses de todos aquellos a quienes, directa o indirectamente, su actividad afecta?; ¿es que contempla con franqueza la RSE como un ineludible criterio de calidad integral imprescindible para la mejora de la competitividad?
Lo que la realidad nos sigue evidenciando con terca tozudez en no pocos casos es que la RSE sigue siendo para muchas empresas una cuestión, en el fondo, básicamente de imagen y de reputación. Una cuestión a la que, ciertamente, bastantes empresas dedican ya presupuestos y esfuerzos considerables, para la que implementan políticas crecientemente sofisticadas y en la que se comprometen con todo tipo de acuerdos. Pero muy frecuentemente sin sobrepasar la esfera de lo simplemente formal, con una empalagosa instrumentalización y limitando en la práctica la actuación a ámbitos relativamente marginales de la gestión.
Y lo que es peor: políticas y compromisos que, en demasiadas ocasiones (repetimos: no siempre), se establecen y de los que se presume al tiempo que se sigue manteniendo una perspectiva esencialmente cortoplacista, se siguen minusvalorando los problemas que la actividad genera en el entorno, se siguen despreciando (o tratando de trasladar al conjunto del sistema) buena parte de los riesgos potenciales y se sigue supeditando el interés de todo grupo de interés a la persecución del beneficio puro y duro. El año que acaba de finalizar nos deja, en este sentido, jugosos ejemplos: desde los comportamientos de algunas de las entidades financieras más responsables de la crisis hasta el desastre de BP en el Golfo de México.
Sin duda, se pueden (y se deben) hacer muchas excepciones, pero mucho me temo que la oscura realidad apuntada no es una simple distorsión provocada por un pesimismo exagerado. Es el paisaje después de una batalla en el que -como en la desasosegante novela de Juan Goytisolo cuyo título parodia el de este modesto artículo- domina sobre todo una gran contradicción: la RSE parece -tanto en el campo académico como en el empresarial- cada día más claramente vencedora; pero pocas veces como en el final de la década pasada hemos podido ser testigos de mayor irresponsabilidad en la gestión empresarial (incluso entre empresas que hacían pública -y bien publicitada- fe de responsabilidad social).
No es posible, en este sentido, olvidar el trasfondo general del tiempo en que vivimos y la durísima enseñanza de la crisis en la que permanecemos encenagados. Una crisis que marca nuestra experiencia vital y que obliga a repensar radicalmente muchas ideas (y desde luego, en el campo de la RSE). Una crisis generada y extendida en buena medida por grandes empresas (algunas, con elegantes políticas y sistemas de gestión y espléndidas evaluaciones de RSE), agravada por los recursos públicos que ha sido necesario destinar para evitar el hundimiento de esas grandes empresas y agudizada hasta lo impensable por las actuaciones que muchas de esas mismas empresas han venido manteniendo después.
No es posible, así mismo, olvidar que, tal como la crisis ha mostrado (una vez más), muchos de los aspectos valorados para calibrar la responsabilidad social de las empresas no son más que elementos (¿ornamentos?) complementarios de importancia secundaria, que pueden ser perfectamente asumidos en medio de comportamientos de una flagrante irresponsabilidad social.
No es posible, igualmente, olvidar la responsabilidad de las grandes empresas en el modelo socio-económico que, con carácter general, se está arbitrando como presunta solución frente a la crisis: ¿o es que no tienen estas poderosas entidades ninguna influencia en la creciente desigualdad que se está generando en las economías occidentales -y claramente también en la española- y en la distribución de esfuerzos necesarios para costear una crisis provocada por unos (muy pocos), pero pagada (muy duramente) por la inmensa mayoría?
Como tampoco es posible, finalmente, olvidar que -como muchos expertos vienen sosteniendo- la RSE no es independiente de las tendencias generales de la política económica: y que la irrefrenable tendencia a la desregulación (pese a las promesas iniciales tras el desencadenamiento de la crisis) y el consiguiente fomento del cortoplacismo genera barreras y limitaciones poderosas para el progreso de la RSE (cuando no incentivos difícilmente rechazables a la irresponsabilidad).
Es un contexto en el que a algunos se nos hace crecientemente difícil resaltar sin más los indudables avances en la RSE: porque, aún reconociéndolos, la irresponsabilidad dominante pesa cada vez más; y porque sería también irresponsable no recordar permanentemente las penalidades que algunas empresas han provocado a tanta gente inocente.
Un contexto, por eso, en el que no puede extrañar que vuelvan a tomar fuerza las voces que reclaman que el único remedio eficaz frente a ese tipo de comportamientos radica en una agenda pública de impulso de la RSE mucho más activa y compulsiva y en una regulación y una supervisión consiguientemente mucho más estrictas. Una reclamación que, ante la evidencia de los hechos, quien esto escribe no puede dejar de compartir. Y no sólo en cuanto a la conveniencia de iniciativas de fomento público de la RSE, sino también en cuanto a la necesidad inevitable de medidas regulatorias para evitar o penalizar comportamientos empresariales gravemente nocivos para la sociedad. Es decir, para reducir significativamente el margen de libertad de la gran empresa de forma que no pueda seguir imponiendo tan impune e irresponsablemente sus objetivos.
Nada nuevo en el fondo: es la idea que nutrió el movimiento inicial por la RSE. Es también la conclusión a la que, tras no pocos rodeos, está llegando un número creciente de expertos: el convencimiento de que, por encima del eterno debate bizantino sobre la voluntariedad de la RSE, es la regulación el factor que más la impulsa en la práctica.
Artículo Originalmente Publicado en Diario Responsable el 3 de febrero de 2011.

The role of dialogue and reciprocity in the company: legitimacy, happiness and competitiveness

Unable to fully understand the modern economic process from an approach based solely strategic rationality, during the last decade it has been witnessed, through an increasingly extensive literature on the subject, many economists have begun to question the anthropological assumptions upon which rests the modern economic theory.
This critical process has been brewing since Von Neumann and Morgenstern presented the now famous theory of games through his work Theory of Games and Economic behaviour (1944), where the «zero-sum games» are introduced as source and method study of economic interactions in order to predict the behaviour of rational agents. While games theory was also based on their day on the assumptions of homo economicus, its importance lies mainly in their method that allowed the visualization of the problem for the first time. The study and development of the theory was producing some paradoxes and dead streets ends, the more effort to find plausible solutions, the more growth in their number and complexity.
The introduction of other fields of study in games theory, such as psychology, sociology, evolutionary biology, moral philosophy and, ultimately, neurology, has revealed three important issues. First, the behaviour of economic agents do not respond implicitly to a single model of human being: selfish, individualistic and guided purely by strategic rationality. Secondly, their behaviour into the organization is much more complex than previously thought at first. Thirdly, reciprocity is currently nominated as one of the cornerstones of the new economic theory.
These issues have begun to highlight the need to transform our organizations to improve and strengthen them. It to generate a greater tangible and intangible value to the organization that minimizes the uncertainty of the market (especially in times of crisis) and, on the other hand, to ensure that the benefits of their activity also result in improved quality of life of its internal stakeholders: owners, shareholders, employees, directors, partners, suppliers, etc. And in the order to gets these issues is essential for the organization to attend one of the concepts more forgotten and derided by classical organizational theory: the reciprocity.
The current problem is, as is well known that the design of institutions, organizations and companies in the market favors strategic behavior and penalize the rest, as the ethical or reciprocal, when considered as a liability that slows or minimizes the pursuit of profit. Get rid of such unfair prejudice is the first step to have an economy with institutions, organizations and businesses, economic, social and moral development; that are consistent and not at odds with human nature, serving people and not exclusively the interests of a particular stakeholder.
As noted from the dialogic business ethics in economic contexts is not only key to the ability of firms to generate strategic benefits, but also and above all, communicative and relational. Communicative because these benefits are related to the credibility and legitimacy of the company. Through meeting the legitimate expectations of its stakeholders, the company can moral resources to manage such as trust and reputation, comunicative benefits that enable to carry out its activities in the medium and long term. And relational because these benefits are linked which the happiness of economic agents, such as friendship. This fact is very important, because through allowing build reciprocal relationships within the company, economic agents can meet his expressive needs. So, they can build their identities and achieve happiness.
Dialogue is the element that allows communication within the company. A communication oriented to understanding that enables the legitimacy of the company. And reciprocity is the element that allows non-strategic relationships within the company. Relations oriented to satisfy the expressive needs of the economic agents who allow their happiness and the improved competitiveness of the company. For these reasons, it is important that the company looks to improve its dialogue with internal stakeholders and allow reciprocal relationships within the company. This helps improve your business prospects in the medium and long term.

La confianza en la industria farmacéutica

Parece que negocio y salud son dos conceptos difíciles de integrar. En el caso de la industria farmacéutica esta dificultad radica en que no se produce un bien privado, sino un bien público: la salud.
Para complicar aún más la cuestión, la reputación del sector se ve dañada por diversos escándalos que saltan a la esfera pública, como por ejemplo: las enfermedades ad hoc – para las que tenemos el medicamento y nos falta la enfermedad -; la relación entre las patentes y los países en desarrollo, el problema del sida en África, la opacidad de muchas de las investigaciones, etc. Todas estas cuestiones construyen un clima de desconfianza, producen una erosión continuada de la confianza por parte no solo de los consumidores, sino también de las propias administraciones y, sobre todo, de la opinión pública. La industria farmacéutica tiene problemas de credibilidad, su legitimidad siempre está puesta en duda, y por lo tanto necesita emprender un gran esfuerzo para poder hacer frente a este reto que es la perdida continuada de confianza.
Dos razones básicas impulsan la desconfianza por parte de la opinión pública. La primera, es el gran poder que tienen estas compañías. Un poder difícil de concretar y, por tanto, de controlar. No sabernos ni quién, ni dónde, ni el por qué se toman unas decisiones que van a afectar a todos los ciudadanos. La segunda hace referencia directamente a la ética, pues este poder no está, ni muchos menos, a la altura de su responsabilidad. Si la responsabilidad tiene que ser proporcional al poder, es normal que la sociedad civil desconfíe de un sector que no se caracteriza precisamente por la transparencia.
¿Cómo pueden entonces las industrias farmacéuticas recuperar la confianza del público en el sector? Desde la ética empresarial entendemos que existen tres pasos básicos que estas empresas deberían dar en la dirección de un nuevo diseño institucional capaz de gestionar y recuperar la confianza necesaria para que tanto la sociedad como el mercado vuelvan a confiar en su, hoy más que nunca, necesaria contribución.
El primer paso se centra en la gestión ética de esta responsabilidad. Recordemos que la responsabilidad se refiere a la capacidad de respuesta que tiene la empresa frente a los diferentes grupos de interés. En este sentido, una industria es responsable cuando es capaz de responder de aquello que se espera de ella, cuando es capaz de integrar el beneficio económico con el social y el medioambiental, cuando es capaz de atender a todos los intereses en juego. Gestionar esta responsabilidad desde un punto de vista ético, esto es, desde el compromiso de la empresa y no sólo desde su instrumentalización, implica primero que todo definir cuáles son estos compromisos en un código ético que, como documento formal, presente el carácter de la empresa, su apuesta por la responsabilidad en este caso.
En segundo lugar, debe comunicarse el cumplimiento alcanzado de estos compromisos públicos. Nos referimos a los llamados informes de responsabilidad social o informes de sostenibilidad, que siguiendo una metodología específica, informan de todo aquello que la empresa ha aportado a la sociedad. Pero estos informes pueden servir también para ocultar la realidad y, por desgracia, la injusticia.
De ahí que el tercer paso en esta progresiva generación de confianza lo constituyan los Comités de Ética y Responsabilidad Social Corporativa (CERSC). La idea que desarrollamos desde la ética empresarial es que en la elaboración de estos informes de responsabilidad social, se incorpore la participación de los diferentes grupos de interés. De esta forma, los diferentes stakeholders no son simplemente grupos de receptores pasivos de una información elaborada y preparada de antemano, sino que puedan de alguna forma intervenir tanto en la aportación de información, como en la elaboración de la misma, así como en el seguimiento y control de toda esta comunicación.
Por último, siempre debemos recordar que responsabilidad significa siempre co-responsabilidad. Si queremos recuperar la confianza en un sector clave para el desarrollo social debemos implicar también en esta mejora a las administraciones públicas, como primeros clientes, así como a las asociaciones de consumidores, profesionales sanitarios, etc. Es muy difícil que estas empresas puedan generar confianza si no se trabajan estas tres ideas: los códigos, las memorias y los comités de ética.
Publicado en el Periódico Mediterráneo el 28/11/10

La responsabilidad social se afianza en la Comunidad Valenciana, a pesar de la crisis

 El concepto de responsabilidad social empresarial va calando en el lenguaje empresarial valenciano, como muestra que el 51,7% de los empresarios afirmen conocer este concepto. El aumento en el conocimiento respecto a los datos de 2006, casi un 20%, se ha producido en gran medida en las empresas de menor tamaño, las pymes valencianas, que hoy, y pesar de la crisis, tienen un conocimiento mayor de estos temas. Así lo afirma la 2ª edición del ERSE-Observatorio de Ética y Responsabilidad Social, Comunitat Valenciana 2009, presentado en Valencia por la Fundación ÉTNOR, y en el que se ha recogido la opinión de más de 800 empresarios, trabajadores, clientes y sociedad en general.

La contrapartida de este dato se encuentra en un elevado desconocimiento de la RSE entre la sociedad valenciana. Sin embargo, aunque un 71% de los valencianos no han oído nunca hablar de RSE, sí identifican las prácticas concretas que determinan un comportamiento empresarial responsable, como pueden ser la conciliación laboral, la igualdad de oportunidades, la protección del medio ambiente o la atención al cliente.

Uno de los cambios más significativos respecto a la primera edición del ERSE en 2006 se encuentra en el cambio de dirección en la comprensión de la RSE, entendida mayoritariamente hoy en día como una mejora de la gestión. La cuestión que habrá que comprobar en el futuro es si esta aproximación se da por una gestión ética comprometida o, por el contrario, es una respuesta cortoplacista a un tema que está de moda.

Varios datos de esta investigación apuntan a una postura de la sociedad más crítica y desconfiada, que sigue situando la publicidad, el “para vender más”, como una de las motivaciones principales de las empresas para abordar estos asuntos. Precisamente la exigencia de transparencia y comunicación por parte de la sociedad es otra de las conclusiones principales de este estudio. Una exigencia de comunicación que se corresponde con una positiva valoración por parte del empresariado de comunicar los asuntos relativos a la RSE. Un 65,4% de los empresarios creen que es adecuado comunicar las acciones desarrolladas en materia de RSE, y en concreto cerca de un 70% de los empresarios valencianos valorarían muy positivamente la creación de un Registro de buenas prácticas empresariales o un Certificado de empresa socialmente.

Otro de los aspectos donde difieren ampliamente empresa y sociedad es el de la cantidad de empresas que en la actualidad están implantando la RSE. De nuevo la sociedad se muestra crítica, afirmando un 69,7% que son pocas o ninguna las empresas que lo implantan, frente a un 56,1% de los empresarios que afirman que son bastantes o muchas.

En cuanto al papel que la Administración Pública debe tener para fomentar la RSE tanto empresa como sociedad destacan las ventajas fiscales y las subvenciones. Sin embargo, ninguno de los grupos de interés entrevistados cree que aplicarse la responsabilidad social a la propia administración sea fundamental para el avance de la RSE en nuestra Comunidad.

Frente a ello, el equipo de investigación que ha desarrollado el Observatorio ERSE, dirigido por el Catedrático de Ética Empresarial Domingo García-Marzá, recomienda la aplicación de la RSE a la Administración Pública o la integración de las clausulas sociales en las compras públicas como pasos fundamentales para el avance de la RSE.

ERSE-Observatorio de Ética y Responsabilidad Social, Comunitat Valenciana 2009.
El estudio tiene por objetivo ofrecer un diagnóstico de la situación de la ética y la responsabilidad social (RSE) como base para desarrollar e implementar políticas y planes de acción en este ámbito. Para ello ha analizado la opinión de más de 800 empresarios y directivos, trabajadores, clientes y sociedad en general al respecto.

Entre las características específicas de este estudio destacan los siguientes aspectos:

– El análisis se centra en las pequeñas y medianas empresas

– Parte de un concepto plural de empresa: tiene en cuenta la opinión de todos los grupos de interés

– Sitúa la comunicación de la RSE como un elemento intrínseco a la propia RSE y clave para su desarrollo. Para analizar cómo las empresas están comunicando sus avances en RSE se han analizado las páginas web de las 108 empresas más grandes de la Comunidad conforme a diez indicadores: códigos éticos, informes de sostenibilidad, valores éticos, políticas con proveedores, etc.

Los datos de esta investigación, recogidos a finales de 2009, ofrecen, de manera indirecta, un análisis de la repercusión que la crisis ha tenido en el avance de la responsabilidad social.

La Fundación ÉTNOR
La Fundación ÉTNOR es una fundación sin ánimo de lucro que tiene como objetivo principal promover la ética y la responsabilidad social en la actividad económica y en las organizaciones e instituciones públicas y privadas.

Desde 1991 ÉTNOR desarrolla actividades encaminadas a este fin a través de la difusión y sensibilización de la importancia de la ética en las organizaciones; la formación de profesionales; la investigación y la asesoría ética.

ÉTNOR ha llevado a cabo proyectos con distintas empresas y organizaciones: Códigos éticos, Memorias de RSE/ Informes de Sostenibilidad, Dirección por valores, Auditorías éticas, creación y seguimiento de Comités de Ética, Planes de igualdad, Informes de Buen Gobierno, etc.

Estudio completo [ver]

Educar en la Responsabilidad Social

Carmen Ferrete, 17/12/10
¿Cómo promover la responsabilidad social a través de la educación? No sólo educamos a personas para ser profesionales, también educamos a futuros ciudadanos, a futuros consumidores y porqué no a futuros empresarios.

Aunque la educación cívica tiene una larga historia y tradición, sin embargo en España hace apenas dos años ha comenzado a preocupar en el Parlamento y a ocupar los titulares en los medios de comunicación. ¿Por qué este creciente interés? Dentro de nuestras fronteras el debate comienza cuando la última Ley Orgánica de Educación establece como obligatoria la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Entonces en España asistimos a un espectáculo lamentable que convirtió un asunto de interés general en un asunto partidista.

El rechazo a la nueva disciplina desde algunos sectores de la sociedad se da porque no se tiene claro el significado de ese saber llamado ética, que no es lo mismo que moral o ni mucho menos, moralina. La ética se ocupa de valores objetivos y universales. Ese conjunto de principios éticos compartidos sobre los que necesariamente tiene que asentarse la democracia, porque se trata de valores que permitan el pluralismo moral dentro de un marco de convivencia común y justa.

Es más fácil de lo que parece ponerse de acuerdo en determinados valores éticos. Y es que nos ha costado muchos siglos aprender: que la paz es preferible a la guerra, la libertad a la esclavitud, el saber a la ignorancia, que no es admisible el maltrato, la violencia o la explotación laboral. Se trata de mínimos compartidos que necesariamente hay que transmitir y trabajar en las aulas. Del mismo modo que se enseñan los contenidos universales y objetivos de las asignaturas de matemáticas, física o historia.

Realmente el origen de la asignatura se sitúa fuera de nuestras fronteras, en concreto en las diferentes resoluciones de la Unión Europea a partir de 1996. La reflexión entonces se iniciaba con una constatación: los valores cívicos están en crisis. El resultado, un déficit en la conciencia cívica democrática. Por eso Europa reclama al sistema educativo aborde contenidos como la democracia y sus valores éticos, los derechos humanos, la resolución dialogada de conflictos.

La educación es el bálsamo eficaz para todo tipo de dolencias, es verdad, pero tiene un gran problema, es una medida muy lenta. Pero, a mi juicio, es la más eficaz, sin obviar por supuesto otras medidas necesarias como las jurídicas, administrativas, penales, policiales, etc. Por eso los educadores no podemos actuar solos y mucho menos a contracorriente (que es lo que hacemos con frecuencia en las aulas).

Educar para la responsabilidad es una responsabilidad de todos, no sólo de los docentes. Por eso es necesaria una reflexión conjunta desde todas las instancias sociales y promover un consenso acerca del tipo de ciudadano que necesitamos. Yo creo que podríamos ponernos de acuerdo en el siguiente modelo de ciudadano: concienciado, autónomo, crítico, creativo, activo, participativo, solidario y, como consecuencia de todo ello, responsable (con capacidad de responder a los retos del mundo global).

Educar en la responsabilidad cívica consiste en un doble juego de, por un lado, conciencia y prácticas democráticas y, por el otro, la actuación y el compromiso colectivo de mejora de la realidad. Por eso educar ciudadanos y más aún ciudadanos cosmopolitas no es posible sólo por la vía racional es necesaria la vía vivencial, la puesta en práctica de trabajos que conlleven un progreso moral.

Los futuros profesionales, ciudadanos y empresarios que necesitamos también tienen que estar empoderados en una serie de virtudes que hasta hace bien poco pertenecía exclusivamente al ámbito de la moral individual. Virtudes cívicas como la empatía (el ser capaz de ponerse en el lugar de los otros); la compasión (la sensibilidad necesaria para el cuidado de lo humano y no humano); la motivación para iniciar la acción y la transformación hacia un mundo más justo; y la responsabilidad ante sus decisiones y comportamientos.

Para finalizar ¿qué legitimidad tiene una democracia sin ciudadanos o, dicho de otro modo, una democracia con ciudadanos sin democracia?

Artículo publicado en el Periódico Mediterráneo el 29/11/09